AL AGUA PATOS

-¡Al agua patos!
El pregón se repetía cada domingo cuando mi suegra octogenaria y nuestro perrito juguetón debían cumplir con su acostumbrado ritual del baño a fondo es decir lavado de pelo y cuerpo completo. En invierno, por el frío era más difícil. “Alay” gesticulaba mi suegra enfundándose en su larga bata hasta casi desaparecer ya que era pequeñita.
“Te vamos a bañar con agua caliente, mamita”, le decía mi mujer sosteniéndola del brazo mientras la animaba para que entrase tranquila al cuarto de baño.
“¿Y el perro?”, pregunté. El muy astuto se había escondido debajo de la cama, como si supiera que le iban a mojar su negra pelambrera. El agua tampoco le venía bien en la estación más fría del año y se resistía hasta hundirse en su escondite. Prefería quedarse sucio a salir para el aseo.
-¡Al agua patos!
Era también frecuente este aviso los días de verano cuando con familia y amigos nos íbamos a la playa. Entonces dejábamos nuestras toallas en la arena y echábamos a correr compitiendo por ser el primero en adentrarse en las tibias aguas del Mediterráneo donde rompíamos olas y nadábamos a placer
-¡Al agua patos!
El aviso se repetía algunos fines de semana en la piscina vecinal, instándonos a dejar el descanso o la charla para zambullirnos en el agua. En estos momentos relajantes, sentíamos que la vida era bella y se alargaba en el día mientras jugábamos en el estanque,, inocentemente, como los patos.