IVAN THAYS ¿UN ESCRITOR CONTRA EL PERÚ?

 

IVAN THAYS ¿UN ESCRITOR CONTRA EL PERÚ?

Las declaraciones del escritor peruano Ivan Thays, afincado en Madrid y blogger en un conocido diario español, cayeron como una declaratoria de guerra a la sociedad peruana, en momentos en que nuestra gastronomía adquiere relevancia a nivel internacional. Mucha gente protestó, en especial los cocineros de todas las esferas sociales, los auspiciadores y degustadores de nuestra afamada comida, tanto dentro como fuera del Perú

 

IVAN THAYS ¿UN ESCRITOR CONTRA EL PERÚ?

Las declaraciones del escritor peruano Ivan Thays, afincado en Madrid y blogger en un conocido diario español, cayeron como una declaratoria de guerra a la sociedad peruana, en momentos en que nuestra gastronomía adquiere relevancia a nivel internacional. Mucha gente protestó, en especial los cocineros de todas las esferas sociales, los auspiciadores y degustadores de nuestra afamada comida, tanto dentro como fuera del Perú

El enfrentamiento, producido a través de las redes sociales, entre el novelista, que calificó la comida peruana de “indigesta” y “poco saludable”, y un tropel de compatriotas suyos defensores del llamado “boom” de la gastronomía inca, que tiene en Gastón Acurio, experimentado cocinero, un referente más alto que cualquier diligente médico, político o empresario pudiente de Lima, llamó la atención de la prensa y en algunos medios de comunicación se sacó a debate el tema.

En Perú se desataron pasiones, desbordaron sentimientos heridos, se picó ese orgullo por la patria, tan alto, que nos hace creer que todo lo “made in Perú”, lo que elaboramos y exportamos es lo mejor y no caben las críticas contra lo que forma parte de nuestra identidad, ese valor intrínseco que nos caracteriza y nos dispone para competir en un mundo cada vez más globalizado y digitalizado. Ese valor humano que origina un triunfalismo nacional que no es malo si vive alejado del narcisismo ciego que impide ver la realidad y comprobar que en otras latitudes nuestras creaciones culinarias aún no han llegado a ser consideradas  mejor que otras y por eso hay escaso consumo.

En Barcelona, donde resido, los restaurantes de comida peruana se cuentan por unidades, y para mantenerse y no cerrar, los encargados han debido ambientar pequeños bares a la entrada de los locales, así queda garantizado, al menos de lunes a viernes, el consumo  de café, cerveza o bocadillos, productos más solicitados por los viandantes. Y el personal de la cocina lo componen inmigrantes, con o sin papeles en regla, pinches aprendices o ayudantes de los chefs, que se esfuerzan por preparar, lo mejor que pueden, un suculento chilcano o una sabrosa papa a la huancaína.

Hace  falta más promoción e inversión en el exterior para que nuestra gastronomía  sea más conocida e incremente su cuota de mercado. Esto implica más exportación de productos e ingredientes peruanos, porque no es lo mismo preparar un ceviche con ají, limón y camote peruano que con guindilla, limón y boniato español, por ejemplo. E implica también mayor profesionalidad de los chefs y encargados de cocina, con los costes que esto origina. En suma, la gastronomía peruana aún está en vías de difusión

Tales comentarios son desmedidos. La comida peruana no es indigesta si la masticamos con gusto, disfrutando de su textura, olor y sabor y con buen estado anímico en un agradable entorno familiar o amical. No causa indigestión, salvo que se consuma en demasía, un rico lomo saltado o ají de gallina tomados a mediodía, con música de fondo, en una mesa donde los comensales rebosan alegría y dan sensación de gozar de buena salud. Si se digiere bien, incluso un plato demás que lo pide el apetito, la comida no cae mal al estómago, al  contrario se tonifica el organismo y aparte de ser una delicia nos resulta saludable

En contrapartida, es, asimismo, una ligereza considerar “antipatriota” a quién sólo dió su apreciación sobre una comida que tal vez no le resulte agradable por alguna mala experiencia. Más exagerado aún es tildarlo de “traidor a la patria” por haber generalizado, de manera equivocada o no, su comentario personal  sobre nuestra gastronomía que es tema de interés común. Porque si fueran tomadas al pie de la letra todas las opiniones vertidas sobre comida peruana, habría miles de traidores, empezando por mi primo que detesta los anticuchos porque dice que le caen mal al estómago. En realidad es un pretexto, ya que es alérgico a la carne de cualquier tipo y prefiere los vegetales.

De otro lado, no todos los literatos peruanos están reñidos con su gastronomía nativa. Hay algunos cuya inspiración o contacto con las musas les llega por la boca, por eso mientras escriben van apurando choclos, choncholí o mazamorra. Opino que gastrónomos y literatos pueden ir de la mano sin enemistarse ni recelarse puesto que realizan actividades diferentes. Unos imparten recreo cultural con temas de imaginación, y otros reparten sendos potajes  que endulzan el paladar y reconfortan el estómago. Y esta cualidad productiva, de los servidores peruanos, bien causaría beneplácito en aquellos que se esmeran por engrandecer el prestigio de nuestro país.

Aunque la realidad siempre es más dura en el extranjero, donde tanto los adictos a la sazón culinaria como a la pluma, han debido empezar de cero. Así, hay cocineros peruanos que en el exilio han vuelto a empezar vendiendo papa rellena y tamales a la puerta de los consulados o en las ferias de las comarcas próximas a las grandes ciudades, sin ningún tipo de auspicio. Y, del mismo modo, escritores que se ganan la vida impartiendo clases en pequeños talleres sobre escritura creativa y otros sobre materias casi exóticas y con escasos alumnos.

La mayor parte de los escritores peruanos que radican en España rebuscan sus propios ingresos para llegar a fin de mes compaginando su arte con quehaceres diversos. Por necesidad de euros hacen faenas de cocineros, porteros, chóferes, cuidadores de ancianos e incluso de saltimbanquis callejeros. Y a los consagrados les cuesta abrirse paso en una sociedad donde la gente, debido a la crisis que afecta también a la cultura, lee cada vez menos novelas y denota  poco interés por asistir a conferencias de escritores foráneos. A Santiago Roncagliolo, que tiene en su caché el grandilocuente Premio Alfaguara de Novela, lo escuché una noche hablar sobre Violencia en el Perú en un minúsculo auditorio barcelonés -que más parecía una biblioteca para niños-, con menos de veinte personas que mostramos interés por el tema.

En España, y sobre todo Cataluña, la gente muestra más motivación por aprender a elaborar platos de comida -y si es de modo rápido mejor- que por leer libros de autores sudamericanos poco o nada conocidos en el ámbito literario. Si no fuera así Carlos Arguiñano no tendría tantos espectadores en su programa televisivo, ni Ferrán Adriá tantos discípulos ni comensales. Es pues difícil para un escritor peruano publicar y ganarse espacios, atraerse lectores, incluso de entre los adeptos de estos maestros de la gastronomía local, salvo que en afán competitivo su literatura abarcase tratados sobre Turismo y Gastronomía Peruana, por decir, con las peculiaridades históricas y culinarias que diferencia a nuestro pueblo de los demás.

Creo, por otro lado, que siempre habrá cocineros que lean por placer o necesidad de aprender, como escritores que cocinen por dinero o necesidad de comer. Y, pienso, con afán conciliador, en la posibilidad de que, a raíz de la polémica desatada, un chef peruano se atreviera a ir leyendo párrafos de una novela de Thays mientras vigila y prueba, plácidamente, la cocción y puesta a punto de un delicioso sancochado. Y a la vez sucediera que el controvertido escritor, por recomendación médica, tuviera que incluir en su alimentación diaria una nutritiva sopa elaborada a base de quinua y maca bien peruanas.

Jorge Varas

                                                                                            Barcelona, 11 marzo 2012