ILUSORIO DESENGAÑO
“Sabor amargo, dulce amor, culpable soy de mis desgracias”. Tarareaba Joan, apegado a la mesa de un bar, mirando el licor vertido en un vaso que ingería para acallar su despecho de amor. Su novia lo había dejado y el corazón sentía roto; el dolor y la rabia que corroía su alma lo inducía a beber. Pronto sentía que el mundo giraba a su alrededor y se tambaleaba en la silla.
La agria bebida no podía hacerle olvidar aquel amor que colmó de ilusión su vida. Sentía decepción por aquella ruptura de la que se reconoció culpable. No supo entender a Montse, la había agobiado con ademanes autoritarios y celos estúpidos. Ella estalló y lo mandó a freír espárragos. Lamentaba no haber sabido cultivar aquel amor que lo embriagó hasta el paroxismo.
¡Cuántas veces delirando de amor se quedó dormido en los brazos de Montse!; aquel sentimiento le ganó siempre por nock-out. Ahora, en un estado diferente, eructando licor, extrañaba su presencia, su voz cálida, sus besos dulces. Llegaba a sentirse el peor de los hombres. Hundido en el rincón de un bar y a punto de estallar en sollozos.
En eso, una mano suave acarició su hombro y la figura de una ninfa, surgida de su evocación, lo indujo a enderezarse en el asiento. “Deja de beber, cariño” oyó estupefacto la voz de la sílfide, que lo ayudó a incorporarse y a llegar a la barra donde pagó su consumisión. Luego, ajeno a la mirada de la gente, salió del bar abrazado a Montse olvidándose así del licor con el que creyó poder mitigar su transitorio desengaño.
(Jam Literaria-Barcelona. Enero 2020)
“Sabor amargo, dulce amor, culpable soy de mis desgracias”. Tarareaba Joan, apegado a la mesa de un bar, mirando el licor vertido en un vaso que ingería para acallar su despecho de amor. Su novia lo había dejado y el corazón sentía roto; el dolor y la rabia que corroía su alma lo inducía a beber. Pronto sentía que el mundo giraba a su alrededor y se tambaleaba en la silla.
La agria bebida no podía hacerle olvidar aquel amor que colmó de ilusión su vida. Sentía decepción por aquella ruptura de la que se reconoció culpable. No supo entender a Montse, la había agobiado con ademanes autoritarios y celos estúpidos. Ella estalló y lo mandó a freír espárragos. Lamentaba no haber sabido cultivar aquel amor que lo embriagó hasta el paroxismo.
¡Cuántas veces delirando de amor se quedó dormido en los brazos de Montse!; aquel sentimiento le ganó siempre por nock-out. Ahora, en un estado diferente, eructando licor, extrañaba su presencia, su voz cálida, sus besos dulces. Llegaba a sentirse el peor de los hombres. Hundido en el rincón de un bar y a punto de estallar en sollozos.
En eso, una mano suave acarició su hombro y la figura de una ninfa, surgida de su evocación, lo indujo a enderezarse en el asiento. “Deja de beber, cariño” oyó estupefacto la voz de la sílfide, que lo ayudó a incorporarse y a llegar a la barra donde pagó su consumisión. Luego, ajeno a la mirada de la gente, salió del bar abrazado a Montse olvidándose así del licor con el que creyó poder mitigar su transitorio desengaño.
(Jam Literaria-Barcelona. Enero 2020)