ANDRÉS RÁZURI: EL LEÓN DE JUNÍN

EL LEÓN DE JUNÍN

EL LEÓN DE JUNÍN
(En el 187 aniversario de la batalla de Junín.
Homenaje a José Andrés Rázuri)
El 6 de agosto de 1824, la batalla que muchos consideraban decisiva para conseguir la Independencia americana y acabar con el coloniaje español, empezó en la altiplanicie de Junín. Tras la arenga de Bolívar en Rancas, el ejército patriota avanzó entre sonidos de tambores y cornetazos, abrigando ansias de victoria. En las pampas de Junín, se encontraron las fuerzas patriotas con las realistas dirigidas por Canterac. A la orden de este general la poderosa caballería realista arremetió con tal fiereza que empezó a causar estragos en la escuadra patriota. La pampa se teñía de rojo con la sangre derramada por aquellos valientes que luchaban por la libertad. Los generales patriotas, al ver la incapacidad de sus tropas para contener la terrible avalancha realista y para evitar la destrucción total del ejército dieron la orden de retirada.
Bolívar, que miraba la batalla desde las alturas, abandonó su puesto de mando y montado en Palomo se las picó en busca de un lugar más seguro para su comandancia. Los patriotas, sintiéndose abandonados por sus generales: Necochea, Miller, La Mar, entre otros, se acobardaron también y empezaron a huir campo a través perseguidos por sus enemigos. La derrota del ejército patriota parecía consumada.
De pronto, un soldado de mirada felina, emergió de entre abruptos peñascos; montado en su caballo pasó a todo galope por un extremo de la pampa sembrada de cadáveres mayormente patriotas. Traía la orden de retirada para la tropa dirigida por el coronel Isidoro Suárez, que permanecía de retén en un punto estratégico próximo a la pampa. Sin detener el avance de su corcel, miró al enemigo que en su afán de aniquilar al ejército patriota había descuidado la retaguardia.
El jinete alado tuvo una visión extraordinaria que iluminó su mente y aceleró los latidos de su corazón. Si atacaban al enemigo por la espalda la victoria era segura. Una idea relampagueó en su cerebro: cambiar la orden que traía del general La Mar. Y así lo decidió, sabiendo que se jugaba la vida porque según la norma militar, una desobediencia a una orden superior en plena guerra era castigada con pena de muerte. Sí, a pesar de todo, lo haría, por él y por sus valientes Húsares que esperaban la orden de actuar. Les habían hecho subir a más de 4,000 metros de altura ¿sólo para mirar cuando aniquilaban a sus compañeros? Era una desconsideración por parte de la comandancia. ¿Acaso no confiaban en ellos? Sus Húsares estaban preparados para la guerra, aunque no vistieran uniforme ni portaran las mejores armas, eran hombres bravíos, indomables; la mayoría eran montoneros reclutados para el ejército libertador; usaban sombreros, ponchos y esgrimían machetes, guadañas, y largos cuchillos. Sus Dragones de Pacasmayo, base de los “Húsares del Perú”, hoy lucharían por el futuro del Perú y América.
El jinete uniformado llegó jadeante ante el impaciente Suárez: “Mi coronel el general La Mar ordena que cargue Ud. de todos modos”. El coronel empezó a llamar a sus soldados instándoles a prepararse para el combate. Los “Húsares del Perú”, a una orden avanzaron a todo galope hacia la retaguardia enemiga por el lado que les indicaba el Mayor Rázuri que sin cesar les arengaba: “¡Al ataque!”. Arremetieron con furia y empezaron a destruir la tropa enemiga que al verse sorprendida por detrás y sin tiempo para resarcirse ni rehacer su línea se defendía como podía sin orden ni dirección estratégica, pero fue cayendo arrollada por aquellos seres descomunales surgidos de las montañas.
Hacia el otro lado de la Pampa, La Mar, que se replegaba con su compañía, fue avisado por un mensajero que las fuerzas de retén habían entrado en acción y la batalla se había reiniciado. Se quedó pasmado, no podía creerlo. La orden de atacar no fue suya. Pero tampoco era el momento de averiguar quién la dio. Ahora debía aprovechar los flancos vulnerables que les dejaban los realistas y atacarlos. Ordenó a sus soldados dar media vuelta y prepararse para el contra ataque. Y pronto, la tropa enemiga envuelta por las dos fuerzas patriotas quedó diezmada y los sobrevivientes empezaron a huir en estampida por el monte. De este modo, y gracias a la osada intervención de Rázuri –que cambió la orden superior de retirada por la de ataque–, el ejército libertador sentenció la victoria.
Mientras lo celebraban, el general La Mar mandó llamar al intrépido soldado que había cambiado su orden. Era un hombre joven, fuerte y de mirada fulgurante. “A usted debería fusilarlo – le dijo–. Pero gracias a Ud. hemos ganado la batalla”. Y le tendió la mano amistosamente. Bolívar reapareció para felicitar a la tropa victoriosa, especialmente a los bravos “Húsares del Perú” a los que en honor a su oportuna y valerosa participación en la lid les cambió el nombre por el de glorioso regimiento de caballería “Húsares de Junín”.
José Andrés Rázuri, peleó como un león y se cubrió de gloria en la batalla de Junín, hecho que resonó en toda América. Nacido en el pueblo de San Pedro de Lloc el 28 de setiembre de 1791. Se había alistado en la causa libertadora en 1820. Como oficial del ejército, participaría también en la batalla de Pichincha y, entre otras, en la batalla de Ayacucho que consolidaría la Independencia de América. Años más tarde dejó la vida militar con el grado de Coronel de Caballería, ostentando título castrense y fama de héroe hasta su muerte el 4 de enero de 1883. Su hazaña de Junín es una admirable lección de valor y entereza, de superación ante el peligro que le rodea y de actuación decidida pensando en su ejército y que la victoria es posible cuando se tiene fe en ella. Sus restos están enterrados en el Panteón de los Próceres, en Lima, junto a otros héroes de la Independencia.
 
Barcelona 1 de agosto 2021