El «Nuevo Perú» en la literatura y la vida
Somos también los dos emigrados, hoy establecidos e integrados en la sociedad catalana. Pero el Perú no ha dejado de dolernos en estos años, como si una parte de nuestra adolescencia se hubiera quedado allá en ese «País adolescente» como lo llamó alguien alguna vez. Dicen los expertos que algunos inmigrantes se ven afectados por el llamado Síndrome de Ulises, que hace que su mente y su psique se ocupen del país que se dejó atrás y no terminen de encontrar su lugar en la sociedad que les acoge. La literatura por suerte no tiene patria, y Ulises es el héroe que encarna el mito del retorno, un retorno que es casi como una utopía. Celebremos pues la literatura porque ella nos permite recrear esos mundos posibles, esos viajes de la imaginación anclados en la experiencia.
El «Nuevo Perú» en la literatura y la vida
Somos también los dos emigrados, hoy establecidos e integrados en la sociedad catalana. Pero el Perú no ha dejado de dolernos en estos años, como si una parte de nuestra adolescencia se hubiera quedado allá en ese «País adolescente» como lo llamó alguien alguna vez. Dicen los expertos que algunos inmigrantes se ven afectados por el llamado Síndrome de Ulises, que hace que su mente y su psique se ocupen del país que se dejó atrás y no terminen de encontrar su lugar en la sociedad que les acoge. La literatura por suerte no tiene patria, y Ulises es el héroe que encarna el mito del retorno, un retorno que es casi como una utopía. Celebremos pues la literatura porque ella nos permite recrear esos mundos posibles, esos viajes de la imaginación anclados en la experiencia.
La novela Los migrantes retrata el país nuevo que surge tras el llamado «desborde popular» de la sociedad peruana, que tan bien describió el sociólogo José Matos Mar. Con ello se refería a la sociedad nacional inconclusa que conforma este país de 28 millones de habitantes en el que se ha registrado un «paulatino y masivo proceso de migración y urbanización de vastos sectores populares, del ‘otro Perú'» , provenientes del mundo rural, hacia la costa y la ciudad de Lima principalmente, en busca de mejores niveles de vida. En treinta años la proporción entre pobladores rurales y pobladores urbanos se invirtió y hoy en día los peruanos que viven en núcleos urbanos ascienden a un 70 % de la población. Los sectores populares migrantes han sido los protagonistas de este boom demográfico y de su corolario de modernización no exento de violencia. Los 7,5 millones de habitantes de Lima están mayoritariamente conformados por estos migrantes cuyas poblaciones se distribuyen a lo largo de 200 kilómetros de norte a sur por la carretera Panamericana y se adentran 70 kilómetros desde la costa hacia los Andes por la carretera Central. En los últimos 20 años, lo que antes fueron barriadas populares se han convertido en distritos formales, agrupados en los polos urbanos (en Perú llamados conos) que han surgido a lo largo de los valles de los ríos Chillón, Lurín y Rímac y han terminado por dar su actual a la ciudad.
Éste es precisamente el proceso que documenta Jorge Varas en su novela. Su obra tiene un valor documental porque nos entrega y nos confirma en forma literaria lo que ya habían observado los sociólogos y los economistas en las últimas décadas: que el Perú Nuevo que emerge de este proceso migratorio (y éste es precisamente el nombre del barrio fundado por los protagonistas de su novela) es el que da su nuevo rostro a una sociedad nacional moderna que ha desarrollado una nueva identidad, que se identifica con «lo cholo» como una síntesis entre mestizaje y modernidad, eso que un presidente llamó un Perú de todas las sangres, en alusión a la gran novela de José María Arguedas. Estos migrantes son descritos en la novela de Varas en sus primeros momentos de organización como una «parodia de comunidad costeña» conformada por «indios aguarunas, charapas de la selva oriental, cholos serranos venidos de las regiones de la Jalca y la Puna, cholos costeños del norte y del sur, zambos y chinos acholados» que conforman «la fisonomía expresiva de un país como el nuestro» .
Los migrantes se inscribe dentro del género épico, el de los hombres y mujeres que luchan a brazo partido por adquirir una legalidad que les niega un orden sumido en la profunda crisis del Estado republicano criollo, precipitada en la década de 1980 por la deuda externa, tan conocida por los pueblos de nuestro continente, y la consecuente crisis de los modelos de gobierno que condujeron en el Perú a veinte largos años de violencia política. Lo que nos cuenta Los Migrantes, es cuáles son las motivaciones de aquellos que en su primer capítulo son llamados los «Invasores»; porqué se ven empujados a tomar posesión de una parcela de terreno donde poder edificar sus precarias viviendas, pugnando por crear una normatividad fuera de la ley, un orden dentro del desorden, pues existe un padrón general de familias y un reglamento asociativo, que les permita cierta estabilidad para plantearse una existencia como ciudadanos. Esto se hace en previsión del día en que se les reconozcan sus derechos sobre lo construido en un largo proceso de formalización que ha comportado profundos cambios en la relación entre los individuos y el Estado peruano y sus instituciones de gobierno.
Toda narración épica tiene héroes, y en Los Migrantes, éstos no faltan: son los «Héroes del arrabal», capítulo en que se narran los conflictos de los pobladores con otros grupos humanos y entre intereses divergentes; ¿cómo y quién puede administrar justicia en casos en los que la legalidad queda al margen? ¿A qué justicia pueden aspirar aquellos que luchan por mejores condiciones de vida, por los servicios básicos para sus familias y por un reconocimiento formal de su terreno y lo que han construido en él? La novela llega en su capítulo final a retratar una «Comunidad autogestionaria» que se plantea la dura realidad de pasar de ser una asociación a considerarse un «pueblo grande», que tiene que tomar las riendas de su propio destino, tomando iniciativas y haciendo incidencia política por el bienestar de su comunidad y también, claro, cayendo en las trampas que tiende a su accionar la ausencia de legalidad, en un país que no termina de incluir a todos y a todas por igual en un proyecto nacional… todo para mejorar la vida de sus familias, proteger su inversión en tiempo y desvelos a lo largo de varias generaciones, haciendo frente a la divergencia de criterios, llevando sus decisiones a las asambleas, actuando ante las emergencias, articulando la protesta ante los abusos de la autoridad o los intereses privados.
¿Qué surge de esta confrontación entre modernidad y tradición, del contraste en el nivel de las iniciativas colectivas o comunitarias y los emprendimientos individuales que también nos hablan de la pujanza y el deseo de progresar? Los sociólogos han hablado de un país donde impera la dualidad y la polarización, lo que se traduce en el abismo entre pobres y ricos; en el desprecio a la pluralidad de culturas por parte del Perú oficial y sus instituciones; en la alta conflictividad social y la falta de acuerdo entre peruanos. En este encuentro y choque entre dos mundos aparentemente irreconciliables, la literatura tiene la ventaja de no tener que asumir la responsabilidad que corresponde a los políticos. Ella puede imaginar mundos y plantearlos como realidades posibles, otros mundos posibles. Y eso hace Los Migrantes al presentarnos a sus protagonistas, Julián, y su valiente compañera, Flor de María, o al dirigente de la barriada, don Juvenal Condori y el reverendo Otoniel, cada uno retratado con sus contradicciones y dilemas ante la lucha por la vida y el reconocimiento de su comunidad. Jorge Varas ha narrado los tremendos conflictos de estos grupos humanos de un modo realista en un intento de presentar una síntesis de la sociedad peruana actual, de ese Perú Nuevo que emerge de sus escombros y de sus carencias con la fuerza y la pujanza de sus nuevos pobladores que buscan nuevos horizontes. Y no se trata de grandes empresarios sino de pequeñas empresas familiares, de iniciativas comunitarias por mejorar su calidad de vida de manera autogestionaria, planteando alternativas a un Estado que dejó de ser proveedor y que hoy empieza a reconocer que el capital social está en sus ciudadanos y en saber interpretar las tendencias que emergen de su actividad incansable.
En el terreno ideológico, por supuesto, sigue la polémica sobre qué receta emplearon estos nuevos peruanos: si se trata de un modelo alternativo comunitarista que incorpora los valores del mundo andino o si se trata, como lo planteaba Hernando De Soto en El otro sendero, de las pulsiones del viejo capitalismo, que tiene en el acceso a la propiedad a la semilla del desarrollo humano como requisito para el desarrollo económico.
Actualmente en el contexto de la cultura global, existe un auge del cine documental; estoy seguro que la novela de Jorge Varas podría dar forma a un excelente guión para una película sobre el Perú actual y su pujante sociedad dirigida por realizadores osados e independientes. Lo vemos en la Teta asustada de la directora peruana Claudia Llosa, ganadora este año del oso de Plata en el festival de cine Berlín. ¿Por qué no ver, pues, el relato de Los migrantes convertido en una producción de cine y ver encarnarse a sus personajes en la pantalla?
Enrique Góngora Padilla