Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (Huelva) en 1881. Desde niño mostró gran apego por
las Artes y un notable interés por la pintura, sobre todo por la luz, el color y el dibujo, que
ensayaba en sus primeros libros de texto. Estudió el bachillerato en un colegio de jesuítas,
donde gracias a la importancia que se prestaba a la Literatura, a los doce años había leído ya a
Béquer y a Rosalía de Castro y se iniciaba en la lectura de los clásicos españoles y franceses.
En 1896 fue a Sevilla a estudiar pintura y a la vez cursar leyes en la Universidad. Sin embargo,
muy pronto se reveló su vocación de poeta, postergando las demás aspiraciones. Sus primeras
colaboraciones en revistas, como Vida Nueva, fueron aplaudidas por Rubén Darío y
Villaespesa, autores modernistas consagrados, que le animaron a venir a la capital a “luchar
por el modernismo”. En 1890, cuando llegó a Madrid, contaba ya con las amistades más
destacadas en el mundo de las letras.
Pronto sacó a la luz su libro de poemas “Ninfeas y Almas de Violeta”, títulos sugeridos por Valle
Inclán y Darío, cuya publicación, no obstante, fue recibida desfavorablemente por la crítica. Por
este motivo, el mismo Juan Ramón dejó de incluirlos en sus Antologías y destruyó todos los
ejemplares que encontró. Regresó a su tierra, desanimado por su fracaso como escritor. A ello
se añadió la tragedia de la muerte de su padre. Al verle afectado, su familia le envió una
temporada al sur de Francia.
Y, en un apacible pueblo francés, bajo la influencia de Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé
y otros simbolistas franceses, escribió su libro Rimas (1902), donde muestra claramente su
tendencia hacia el Modernismo. A su vuelta a Madrid, coincidió con otros jóvenes escritores,
entusiastas también de la poesía y, junto a ellos, fundó la revista Helios, cuya labor se centró en
la valoración de la poesía de Góngora, adelantándose así a la revalorización que más tarde
harían los poetas de la Generación del 27.
El año 1903 escribió “Arias Tristes”, pequeña obra maestra, considerada propulsora de la
poesía contemporánea, en donde ya definió los valores míticos que serán capitales en su
poesía posterior: la muerte, la concepción amorosa, la melancolía y el paisaje agreste. Juan
Ramón permaneció en su tierra natal entre 1904 y 1912 y durante este tiempo escribió sus
libros: “Olvidanzas”, “Las Hojas Verdes” y “Baladas de Primavera”. En estas páginas literarias
se puede apreciar el sentido de la luz, el bello colorido y la descripción intimista del paisaje,
expresados en formas netamente populares.
En este período de creatividad, la poesía de Juan Ramón realizó un giro inesperado hacia el
barroquismo. Así lo reflejan sus libros publicados: “Las Elegías”, “La Soledad Sonora”, “Poemas
Mágicos y Dolientes”. Destacan aquí los versos alejandrinos, empleados con reiteración en los
poemas, y las complejas sinestesias con sus licencias basadas en la forma irracional de las
imágenes. De esta época (1908) data también el inicio de su obra “Platero y yo”, poema en
prosa con un alto grado de lirismo, que significará una de sus mayores realizaciones poéticas.
En 1912 Juan Ramón volvió a Madrid y se alojó en la Residencia de Estudiantes de la capital.
Allí conoció a Zenobia Camprubí Aymar, joven americana que realizaba estudios en España. De
ella se enamoró apasionadamente y la siguió hasta los Estados Unidos. En 1916, tras haber
sido aceptado, el feliz novio se casó con su amada en Nueva York. A partir de esa fecha y con
la publicación de su “Diario de un poeta recién casado”, su poesía sufrió un cambio
fundamental. En este libro, el poeta unió poemas en verso y prosa haciéndolos girar alrededor
de un eje natural: el mar. Juan Ramón lo consideraba su mejor creación artística; así decía:
“Con el Diario empieza el simbolismo moderno en la poesía española. Tiene una metafísica que
participa de estética, como en Goethe. Y tiene también una ideología manifiesta en la pugna
entre el cielo, el amor y el mar.”
De regreso en España, junto con su esposa, tradujo al idioma español las obras de
Rabindranath Tagore, poeta indio, al que admiraba. Se abocó asimismo a la depuración de su
estilo, eliminando de su obra los elementos prosaicos y vulgares. Se quedó con lo que
consideraba esencial, los elementos primordiales para comunicar lo elevado del sentimiento,
junto a la impresión de los objetos captados por su genio poético.
En 1917 fundó la revista Índice, en la que colaboraron Ortega y Gasset, Azorín, los hermanos
Machado, y una nueva generación de poetas que lo reconocieron como maestro. En la poesía
de Juan Ramón, a partir de la edición de sus “Poesías Escogidas” y la “Segunda antología
poética”, se notaba ya el fresco de un intelectualismo creador. El vate exclamó en un poema:
“¡Inteligencia, dame / el nombre exacto de las cosas! / -Que mi palabra sea / la cosa misma /
creada por mi alma nuevamente”. Ya no eran los versos con matices simbolistas, ni con el
florido romanticismo, ahora hilvanaba versos libres, apoyándose en su sensibilidad e ingenio y
en su conocimiento de los valores universales, que se manifestaban como la búsqueda de la
eternidad de la belleza.
Su poética trascendía ya los límites meramente lingüísticos o artísticos y tenía una visión
trascendental del arte. El poeta expresaba: “Toda mi vida he intentando comprender la verdad y
la belleza, la belleza verdadera, esa belleza que está en todo, en lo llamado bello y lo llamado
feo. Juan Ramón no militó nunca en un partido político, ni perteneció a ninguna secta religiosa,
ni simpatizó jamás con los gobiernos militares. Un uniforme era lo que más detestaba en la
vida. “Mi libertad -sostenía- consiste en tomar de la vida lo que me parece mejor para mí, para
todos, con la idea fija de aumentar cada día la calidad general humana, sobre todo en la
sensibilidad.”
Su independencia de pensamiento era claro, y estaba siempre en correlación con sus intereses
poéticos que tendían al bien social: al desarrollo de la sensibilidad entre los hombres. Tarea
difícil en un mundo cada vez más mecanizado e inhumano. Su libro “Platero y yo” fue el que
más difusión tuvo, a nivel internacional. Juan Ramón Jiménez lo escribió con una ortografía
sencilla, haciendo resaltar la figura de un burrito de color plata, hasta convertirlo en síntesis de
sus más profundas emociones. El autor, envuelto en un lirismo total, interpretó su visión de la
naturaleza, de la sociedad con todos sus defectos, y proyectó la imágen de su burro hasta un
estado de espiritualidad compleja. La obra puede considerarse como un ejemplo práctico de
pedagogía y moralidad humanas.
Juan Ramón perteneció a una generación de poetas innovadores, intelectuales con ideología
reformadora, tanto de la estética como del propio arte y del pensamiento. Para ellos el
modernismo era una actitud, un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.
Junto a Rubén Darío, Antonio Machado, Unamuno , Valle Inclán, el autor de “Platero y yo”
realizó la transformación de las letras españolas, en momentos críticos para el país que
afrontaba la guerra contra Estados Unidos por la posesión de sus colonias. En palabras de
Miguel de Unamuno, “la Generación del 98 trata de europeizar a España sin olvidar su propia
tradición, trata de abrir España y su cultura hacia el mundo moderno”
En el año 1936, al estallar la guerra civil en España, Juan Ramón marchó a América y fijó
definitivamente su residencia en Puerto Rico, donde llegó a trabajar como profesor
universitario. Asimismo, se dedicó a dar conferencias en diversos países de América, con
notable afluencia de público y éxito de crítica. En 1956, la academia sueca le concedió el
Premio Nóbel de Literatura, galardón que recibió justo tres días antes de la muerte de su
esposa. Dos años después, el 29 de Mayo de 1958 Juan Ramón Jiménez falleció en Puerto
Rico.
El genial poeta dedicó su obra a la “inmensa minoría” capaz de comprender la poesía. Y en el
prólogo de su libro Platero y yo, “en donde la alegría y la pena son gemelas”, hizo un saludo a
la niñez con estas bellas palabras: “…¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los
niños; siempre te hallé yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces,
sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del atardecer”.
Juan Ramón Jiménez es considerado un clásico de la poesía y su obra marca un hito histórico
en la literatura española.