LA MADRE CORAJE DE VILLA EL SALVADOR


“Techo para nuestros hijos. Juntos por la casita” Se leía en algunos papeles blancos y cartones
pegados a las esteras de las chozas cuyos lomos, doblados a la manera india, protegían del
frío, la lluvia, y el polvo de la intemperie a las familias ocupantes de la extensa tablada de Lurín.
Por fin, el Gobierno había aceptado el traslado de los pobladores a estos arenales tras una
estoica lucha realizada durante la toma de tierras en la zona de Pamplona, lucha social contra
la represión de la policía que costó la vida de Edilberto Ramos, primer mártir de la comunidad.
Junto a la pequeña choza de la familia Moyano, la madre y sus siete hijos, entre ellos María
elena, de diez años, procedían a cavar con empeñoso afán la abrupta arena parcelada. Ellos
habían abandonado la casa donde vivían, en el distrito de Surco, debido a que no podían pagar
el alquiler por falta de dinero, y se habían venido aquí con la esperanza del techo propio. La
familia entera, sumida en su tarea, despejó de su área los terrones arenosos que salían de los
cuatro hoyos, equidistantes entre sí, y plantó las cuatro vigas de madera que, junto con otras
herramientas y artefactos domésticos, había traído en un camión. Afirmaron las vigas con
piedras guijas, y la propia arena extraída de los agujeros. En seguida recubrieron los espacios
vacíos con el juego de esteras traídos en el camión que habían alquilado para el traslado.
Consiguieron fijar las esteras a las peladas superficies de los maderos valiéndose de clavos,
rollos de alambre y sogas gruesas. Después forraron la parte exterior de la vivienda con
plásticos, pedazos de madera y cartones. Terminada la construcción de la fachada, procedieron
a darle el acabado necesario al interior.
En aquella humilde casita, hecha de material rústico en medio de un extenso arenal, la familia
empezó su vivencia. Era una penosa realidad. El hambre, la sed, la lluvia, el frío, el polvo, la
insolación sufrida durante el día y la desolación que volvía con la noche, castigaban, a modo de
latigazos invisibles, sus cuerpos debilitados. Más de una vez estuvieron a punto de desertar de
aquella especie de tribu india que imploraba al cielo por el milagro de la resistencia física.
Ayunando varias veces por semana, durmiendo en madrigueras abiertas en el suelo,
cubriéndose el cuerpo con cualquier vestido o trapo remendado, parecían los primitivos del
continente americano.
Sin embargo, la necesidad era más fuerte que el miedo. “¡No importa sacrificar la vida con tal
de dar un techo a nuestros hijos!” “¡Nunca más vivir en fincas alquiladas soportando los abusos
de los propietarios que se enriquecen con nuestra pobreza!”, decían los vecinos dándose valor
para seguir adelante. Todos ellos se reunían de continuo, para comentar los logros alcanzados
y trazar planes de acción en el futuro. Solían también hacer un análisis de la realidad nacional y
sobre todo tocaban el problema de la vivienda que afectaba a mucha gente. Y todos estaban de
acuerdo en culpar al actual régimen y al sistema capitalista que imperaba en el país por la
lamentable situación en que vivía la población.
“Sinceramente –dijo un vecino- Villa El Salvador no es más que el reflejo de la desastrosa
política de los gobiernos de turno, que han permitido que los grupos de poder se apropien de
las mejores tierras urbanas. Según la historia de la convivencia política del Presidente Prado
con el partido Aprista, la gestión de Belaúnde y ahora la dictadura del general Velasco, los
empresarios terratenientes se han apoderado, embargado o confiscado una gran cantidad de
edificios y casas habitadas por gente pobre a la que han hecho desalojar con la ayuda de la
policía para derrumbarlas y construir allí pisos y departamentos lujosos que proceden a vender
por cientos de miles de dólares.
“Tiene razón vecino –intervino otro poblador- Los ricos propietarios, con el aval del Gobierno se
adueñan del suelo urbano y marginan a los pobres. Para nosotros ellos sólo han dejado los
arenales de los alejados distritos, las riberas del rio Rímac, las zonas más inhóspitas, donde,
pese a todo, debemos vivir. Estos malvados nos quitan de en medio injustamente, para que no obstaculicemos sus fraudulentos traspasos de fincas, su especulación en la compra y venta de
terrenos, sus abusos que cometen en acuerdo con las autoridades corruptas para incrementar
el precio de la vivienda en el país…”
La joven María Elena oía en silencio las reflexiones críticas, los puntos de vista históricos y
socio políticos de los pobladores. Su espíritu lo captaba todo, y se estremecía al darse cuenta
de que vivía en un pueblo abandonado a la suerte de Dios, junto a muchas familias sin dinero
suficiente para calmar siquiera sus necesidades más vitales. Vivía en un arenal desierto, donde
no había comida, ni agua, ni luz, ni siquiera un baño para hacer sus necesidades. Era un oasis
agobiante donde además reinaba el agobio, la angustia y el sufrimiento. El terrible espectro de
la miseria se dibujaba ante los ojos de la inteligente niña. Y a esa hora fría en que la tierra
trascendía a polvo y olvido, con la retina clavada en las espectrales chocitas, lloró y deseo con
toda su alma su mundo mejor para los suyos.
Pronto le nació un interés inaudible por asistir a las reuniones de los cabezas de familia. Y sólo
allí, oyendo a los mayores hablar sobre la realidad del pueblo, enterándose de los problemas y
calamidades que sufría la población, hallaba alivio para su infinita tristeza. Sólo allí, con la
amargura de una niña que ha madurado de golpe, motivada por las penosas condiciones en
que vivían, su espíritu se engrandecía y sentía la necesidad de luchar, de emprender junto con
su gente una especie de cruzada social, para conseguir lo que les hacía falta. María Elena
tomó conciencia de su condición de habitante de un pueblo pobre pero con ganas de
desarrollar, y su pena interior enlazada a su emoción de adolescente se trocó en vivo
entusiasmo y exclamó: “Compañerismo, colaboración y ayuda mutua nos hará falta para salir
adelante” Y para darse valor, insufló aire a sus pulmones, fijo su mirada en la oscura lontananza
y le pidió a Dios que templara su carácter para la lucha. Con 14 años vislumbró su futuro:
“Dedicaré mi vida al servicio de mi pueblo”. Juró que lucharía con denuedo, junto con los
demás vecinos, que no descansaría hasta ver realizado aquel anhelo que ya brillaba como
fuego sombrío en su mirada. Quería ver construida una hermosa y digna ciudad a lo largo y
ancho de aquel asfixiante desierto.
Pero no obstante su inclinación hacia el servicio y la diligencia social, ella no dejaba de ser una
colegiala estudiosa que calmaba su infinita sed de aprendizaje leyendo con voracidad toda
clase de libros. Pensaba que al término del colegio se pondría a estudiar una carrera
profesional, para más adelante poder trabajar y ayudar a su familia. María Elena, a par de sus
estudios, practicaba también el deporte. Destacaba como matadora en un sexteto de vóley –
que luego sería la base de la selección de su barriada.
La aplicada colegiala tenía la ilusión de llegar a ser alguien importante en su comunidad, por
ello analizaba a su modo las diversas formas de organización en la comunidad que estaban
orientadas a resolver problemas de gigantesca magnitud. En Julio de 1971 había cerca de
100,000 familias ocupando 20,000 lotes en el naciente poblado. Apreciaba el trabajo de los
dirigentes que participaban en el diseño urbano junto con los arquitectos para el trazado de
calles y avenidas, aunque la enorme extensión poblacional se enfrentaba además a la carencia
de agua, luz, desagüe y otros servicios vitales.
María Elena inició su compromiso social, participando en el Movimiento de Jóvenes Pobladores
que surgió casi en los orígenes de Villa El Salvador, y desde esa época se perfiló ya como
lideresa por su innato poder de persuasión. Ella participó, de algún modo, en la primera etapa
de desarrollo de Villa El Salvador, durante los años 70, cuando se fundó la Escuela Primaria o
Centro Educativo 7072, el primer colegio secundario Fe y alegría, cuando se inauguró al Caja
Comunal, el Centro de Comunicación Popular y se instaló por fin el alumbrado eléctrico. Y
participó en forma más activa en loa años 80, época en que se instalaron los servicios de agua
y desagüe, se formuló el Plan Integral de Desarrollo de la Comunidad Autogestionaria de Villa
El Salvador “CUAVES”, y se aprobó en el Senado de la república la creación del distrito de Villa
El Salvador elevando a la categoría de ciudad el hasta entonces Pueblo Joven más grande del
país. En Febrero de 1985, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Villa El Salvador, María Elena
destacaba ya en la Federación de Mujeres de Villa El Salvador: FEDEMUVES. Y el 29 de
Setiembre de 1987, siendo ya presidenta de esta Federación, recibió en España, junto a Michel
Azcueta alcalde del distrito y Roel Barranzuela, secretario general de la CUAVES el premio
“Príncipe de Asturias de la Concordia”, galardón otorgado en reconocimiento al grado de
organización, participación y desarrollo alcanzado por la Comunidad.
La vida de María Elena, a pesar de estar vinculada al auge de Villa El Salvador, no dejó nunca
de estar íntimamente ligada a su vida personal y su entorno familiar. Quiso llegar a ser
profesional, por eso cursó estudios de Sociología, en la Universidad Garcilaso de la Vega, quiso
fundar su propio hogar y por eso se casó, muy ilusionada por cierto, con Gustavo, joven y
honesto vecino del pueblo. Y pronto, aunque con el sacrificio de sus estudios universitarios,
recibió la gracia de la maternidad. Tuvo dos niños, casi seguidos; y ella, a pesar de sus
obligaciones como dirigente, sabía ganarle al tiempo para apoyar a su marido, que era
carpintero, y además cumplir con los quehaceres de casa y cuidar a sus pequeños hijos. Ella
siempre cumplió con su responsabilidad de esposa y madre.
Morena, de carácter alegre y dicharachero, a los 28 años era ya una madre modelo, muy
cariñosa con sus hijos, a quienes además de enseñarles a practicar los valores humanos, les
hacía bailar la música afro-caribeña durante las fiestas populares. Les aconsejaba que sean
hombres buenos, solidarios con los que sufren, y además ser fuertes, inculcándoles sobre todo
aquella frase tan repetida por ella: “mis hijos saben que si algo llegara a sucederme ellos deben
ser fuertes”. Era una mujer llena de vida, que nunca se fatigaba a pesar de su formidable tarea.
Diariamente, desde muy temprano, recorría las calles del poblado convocando a los delegados
de manzana para las sesiones de trabajo que celebraban con asiduidad.
Siempre estuvo interesada en el estudio de los diversos grupos humanos, y realizó proyectos
sociales ya cuando era estudiante universitaria. En Villa El Salvador colaboró en la elaboración
de proyectos de desarrollo social y empresarial, algunos de los cuales fueron aprobados en el
extranjero. Sin embargo su línea de acción como dirigente era movida por una de las corrientes
políticas más cercanas al pueblo del que formaba parte: la Izquierda.
El año 198, señalado ya Villa El Salvador como modelo a seguir por los pueblos del Mundo, se
realizó el Consejo Internacional de la Federación Mundial de Ciudades Unidas, al que
asistieron, junto a algunas personalidades políticas y a otros 250 burgomaestres de todos los
continentes, los alcaldes de las ciudades hermanas de Santa Coloma de Gramenet (España),
Renzé (Francia) y Cherkasi (Ucrania, que era un estado perteneciente a la Unión Soviética).
María Elena se había curtido como dirigente a base de esforzado trabajo comunal. Ella
coordinaba también con los proveedores para que se mantuviera el programa Vaso de Leche
para los niños. Con entereza y valor llegó a enfrentarse a los directivos de ENCI, acusándolos
de “mezquinar las bolsas de leche destinada a los niños de los pueblos jóvenes”. Decía
abiertamente que la alimentación es un derecho que con toda justicia le corresponde a nuestro
pueblo.
Con su impetuosa capacidad oratoria y, cuando era ya teniente alcaldesa de Villa El Salvador,
se enfrentó a los terroristas de Sendero Luminoso, cuando éstos dinamitaron el Centro de
Acopio de alimentos que abastecía a 90 comedores autogestionarios. “Nos han hecho daño”,
dijo, conmocionada y dolida, “porque muchas familias se quedarán sin comer. Pero que sepan
que no les tenemos miedo. ¡Que vengan! ¡Que se quiten las máscaras y se presenten ante
nosotros tal como son!”. Su valerosa afirmación ante los medios de comunicación, no obstante
provocó la reacción automática de los subversivos que pusieron en circulación volantes con
serias de muerte para ella.
La corajuda madre y dirigente volvió a enfrentarse verbalmente a Sendero, durante el “paro
armado” que éste convocó a nivel nacional. Considerando este día como jornada de reflexión
por la vida y la paz, dijo en conferencia pública: “Es cierto. Hay amenazas. Pero jamás Sendero
Luminoso podrá quebrar nuestra lucha y resistencia contra el terror. La gente quiere paz,
trabajo y pan.” Y aprovechó la presencia de la prensa para pedir apoyo tanto policial como crediticio y solicitar donaciones a las diversas instituciones a fin de seguir distribuyendo
alimentos para los más necesitados. Dijo que Villa El Salvador tenía 350,000 habitantes,
165,000 de los cuales eran niños menores de 9 años que recibían alimentación diaria. “Esto es
un logro que hemos obtenido con nuestro propio esfuerzo y ningún terrorista salvaje impedirá
que continuemos con esta obra”
Pero las amenazas de los terroristas contra la vida de María Elena se sucedieron, no sólo en el
poblado sino en otros distritos de Lima Metropolitana. Y, sucedió el 15 de febrero de
1992, cuando asistía con sus hijos a acompañar a las mujeres del Comité de Vaso de Leche
que realizaban una pollada par recaudar fondos. En plena actividad, cuando la alegría y la
emoción colmaban loa ánimos de los asistentes, se aparecieron unos tipos extraños cuyos
rostros cubrían con capuchas, que sin mediar palabra, y con rapidez, se dirigieron hacia ella y la acribillaron a balazos. En medio del desconcierto general, y cuando la gente huía
despavorida del lugar, uno de los enmascarados, que tenía silueta de mujer, con la más
absoluta frialdad tuvo todavía la osadía de culminar su acción criminal haciendo estallar una
carga de dinamita en el cuerpo inerte de la ejemplar dirigente. Después huyo aquella loca
sanguinaria por detrás de sus cómplices.
Así murió la jovial y querida compañera, asesinada por las hordas salvajes de Abimael
Guzmán. Ella cayó con dignidad y valor, defendiendo a la organización popular y con la
obsesión de construir la paz con justicia social. Al segundo día del vil asesinato de la conocida
dirigente, más de 10,000 personas acompañaron con hondo pesar sus restos hacia el
cementerio. “Cristo Salvador”. Entre todos coreaban el lema “¡Maria Elena no ha muerto! ¡Ella
vive con su Pueblo!” Fue enterrada allí, el 17 de febrero de 1992, mientras en diversos países
de Europa y América se organizaban actos de solidaridad con el pueblo de Villa El Salvador y
de rotundo rechazo al terrorismo de Sendero Luminoso. Y en el Perú, los movimientos
populares, expresados en sindicatos de obreros, estudiantes, trabajadores ambulantes y los
numerosos gobiernos locales y regionales rindieron homenaje durante varios días a la extinta
dirigente social.
El tiempo fluye, inevitablemente, pero en la memoria de los habitantes de Villa El Salvador y de
quienes conocieron a Maria Elena ha quedado latente su recuerdo de mujer noble, madre y
luchadora social cuya figura ha sido reproducida en un monumento erigido en una plaza central
de la comunidad. Es un merecido homenaje a Maria Elena, la madre coraje.
Permitidme, ahora, amables lectores, una composición que escribí para ella al saber de su
muerte:
¡Presente compañera Moyano!
Tu espíritu quebrado en luchas
Es una voz en la Historia
Para los pobres que piden pan
Justicia y vida digna
¡Valiente morena linda!
Con tu corazón lleno de esperanza
Te enfrentas sola a la barbarie
Y prefieres la muerte heroica
Que renunciar a un mundo mejor para tus hijos
Por tu martirio ¡madre coraje!
¡Eres el alma de tu pueblo!