LA DURA Y PENOSA INMIGRACIÓN


La inmigración humana es un fenómeno tan antiguo como la historia de la aparición del
hombre. Es fácil suponer que los primeros habitantes de nuestro planeta, en algún momento de
su devenir histórico, a causa de abrumadoras sequías, guerras tribales y fuertes catástrofes
naturales, tuvieron que abandonar sus aldeas y tierras destruidas, convirtiéndose en nómadas.
Los primitivos y sus descendientes se desplazaron por sendas y caminos desconocidos,
cruzaron ríos, mares y continentes para finalmente establecerse en tierras exóticas y
peligrosas, donde, no obstante, veían el Paraíso que les brindaba la posibilidad de
asegurar su subsistencia. Con el transcurso de los siglos, el preciado sueño inmigratorio
subsiste en la mente de cientos y miles de habitantes de los países menos desarrollados del
mundo, que, por desgracia, padecen largos períodos de desempleo, escasez de servicios
básicos, inseguridad en el futuro, entre otros problemas de difícil solución. Para
estos pobres, un Paraíso significa un país como Estados Unidos, o una comunidad como la europea, donde los niveles de vida y el bienestar social son mejores en comparación
con sus pueblos de origen. Se imaginan por ejemplo que en Francia o en España, tendrán
mayores oportunidades de trabajo, mejores ingresos económicos y por consiguiente unas condiciones de vida más dignas. Es obvio que la situación económica es siempre el factor determinante del desplazamiento hacia el exterior de los contingentes humanos. Y de este éxodo, suelen sacar partido las mafias, gente inescrupulosa, que a cambio de un pasaporte, un visado, de conseguirles guías para cruzar rutas peligrosas o un apretado asiento en una patera, les cobran miles de dólares. Por el exorbitante costo del pasaje al dorado destino, los inmigrantes se van endeudados con familiares o amigos o con prestamistas que les recargan con intereses el dinero a devolver. Y gran culpa de la avalancha de personas que se marchan al exterior la tienen los gobernantes encargados de trabajar por el bien de la población que no crean puestos de trabajo ni proponen salida alguna a la desocupación de la gente que
se ve atenazada por la desesperación, la pobreza y el hambre . Son estas circunstancias penosas, las que empujan a muchas personas, a alejarse de sus terruños, a romper con sus raíces y tradiciones para irse en
busca de un provenir mejor lejos de su patria. Los inmigrantes, con el obsesionado afán de alcanzar la tierra de las oportunidades, se desplazan por largas rutas intercontinentales, a través de estrechos ríos fronterizos, saturados de peligros, de abruptos desiertos y campos interminables padeciendo el frío, el hambre y la sed. Y utilizan cualquier medio de transporte y con una increíble inversión de energía física; algunos tienen la suerte de arribar en avión, otros pasan la frontera escondidos en trenes y autobuses, y muchos otros se vienen apretujados en pequeñas embarcaciones que son juguetes del mar. No importa
en qué condiciones se llegue al país soñado: maltrecho, hambriento y sin documentación que lo
identifique; qué importa un sufrimiento más en la vida, si luego se alcanza la meta deseada.

INMIGRACIÓN A ESPAÑA
La decisión de muchos inmigrantes de apuntar la ruta hacia España, se debe en unos casos a la
proximidad continental, como por ejemplo los marroquíes, magrebíes y gente oriunda de África,
y en otros casos obedece a la vinculación histórica, como sucede con los sudamericanos. Esta
relación surgida del mestizaje y expresada a través de la lengua, la religión y las costumbres
similares a las castellanas, ha dado motivo a manifestaciones de afecto y simpatía por parte de
los latinoamericanos que suelen denominar a España como “la madre patria”. La inmigración
hacia España de individuos y colectivos procedentes de países menos desarrollados, con
graves problemas socio económicos y largos conflictos armados, se ha acentuado en los
últimos tiempos. Del año 1,990 al 2,000 cerca de un millón de extranjeros han ingresado en
España con el propósito de establecerse en las ciudades más importantes del país. En Madrid,
Barcelona, Valencia y Sevilla, se han formado grupos barriales o pequeñas comunidades de
gente africana y sudamericana. Los inmigrantes que anclan en el seno de estas grandes ciudades realizan denodados esfuerzos para ganarse el sustento, a veces trabajando en las
faenas más inverosímiles, sin contrato laboral, con jornadas de quince o dieciséis horas diarias
al servicio de un patrón explotador, o de un empresario ilegal cuya actividad es propia de la
Economía Sumergida. Y en numerosos casos, más por culpa de la llamada “Ley de Extranjería”
que por ironía del destino, los inmigrantes son marginados injustamente, son tratados como
delincuentes y se les quita la posibilidad de integrarse en los sectores productivos de la
sociedad. Por eso, sus problemas vienen a ser los mismos que tenían en sus pueblos de
nacimiento; es decir carecen de empleo fijo, de vivienda propia y de una adecuada
alimentación. Gran cantidad de inmigrantes, que un día arribaron al Paraíso soñado con la idea
de alcanzar una Vida Mejor, cuando despiertan a la realidad del nuevo ámbito urbano se dan
cuenta de que están viviendo en especie de guetos con pisos de subarriendo que comparten
con diez o doce personas, que están sobreviviendo con los pequeños recursos obtenidos de
unas horas de faena como encargados de limpieza, repartidores de diarios, fregaplatos,
cuidadores de ancianos, ayudantes de carga y descarga de camiones, o vendedores
ambulantes. La dura realidad les muestra que siguen siendo ingratamente pobres, que están
más solos que nunca y se sienten como atrapados en un callejón sin salida. Quizás ya no les
falta el pan diario, ni viven en chabolas sin mobiliario, y tampoco usan vestimenta desastrosa.
Estas circunstancias desfavorables suelen resolverla sobre la marcha: con unas cuantas
monedas logran adquirir el alimento, con las sillas y mesas que recogen de la calle improvisan
el mobiliario en el piso, con un abrigo que alguien les ha obsequiado pueden resistir los
inviernos. La vida dura de los inmigrantes va en estrecha relación con sus gastos, sobre todo
los de fin de mes, cuando deben incluso dejar de comer para cubrir la renta del piso, pagar los
servicios de agua, luz, gas, y teléfono(si lo hubiera), cuyos importes son siempre caros en las
grandes ciudades. Así pues, el inicio de una nueva vida en el exterior, lejos de la patria y de la
familia, es duro para casi todos los inmigrantes.


INMIGRACIÓN DE PERUANOS A ESPAÑA

A España, los primeros inmigrantes peruanos, llegaron sin mucho trámite, con su pasaporte libre de visado, ya que no eran necesarias para ingresar en este territorio. Con Perú, el Gobierno español tenía un acuerdo consular que permitía el ingreso de un ciudadano peruano en España como turista por un máximo de 90 días. En la década de los sesenta, la mayor parte de peruanos que venían a la “madre patria” lo hacían con Visado de Estudios, eran jóvenes con la ilusión de seguir estudiantes universitarios,
hijos de familias pudientes, que les costeaban sus estudios con dinero girado por el Banco.
Algunos de ellos, trabajaban en horas libres, para sumar algún dinero y afrontar sus gastos
diarios; anhelaban volver un día a su país con la idea poner al servicio de éste todos sus
conocimientos adquiridos en el extranjero. Pero, por diversos motivos, la mayoría de ellos aún
permanece en España, desempeñándose como profesionales. Durante los años ochenta,
como consecuencia de la grave crisis económica que azotaba el Perú, sobre todo a partir de los
“paquetazos” o alza de costo de vida propiciados por el gobierno de Alan García, se levanta la
ola inmigratoria hacia la península ibérica. Empiezan a llegar numerosos contingentes de
jóvenes provenientes de las clases medias y bajas de la población peruana. Se vienen de
frente en busca de trabajo; por eso se emplean como pinches de cocina o camareros, personal
de limpieza de pisos y oficinas, peones de construcción, mozos de fábrica, algunos pegan
carteles y reparten publicidad por la calle, o se dedican a la asistencia de ancianos enfermos en
residencias y domicilios particulares. La inmigración de peruanos a España se frenó a raíz del
cierre de frontera decretado por Gobierno de Felipe González el año de 1,993. Desde entonces
para venir a trabajar a España un ciudadano peruano debe tener sellado en su pasaporte una
Visa de Trabajo y Residencia, cuyo trámite en la mayoría de casos es iniciada por algún familiar
residente en España. Este control del flujo de inmigrantes peruanos en la tierra hispana por
parte del Gobierno anterior y del actual, no evita sin embargo, que algunos valientes que han
entrado en Europa por la ruta de Portugal o Francia crucen las fronteras para alcanzar el
destino fijado con antelación al viaje. La gente peruana pone de manifiesto su capacidad para
hacer amigos y ganarse la confianza de quienes los acogen en esta tierra, lo que les permite
integrarse pronto en el nuevo medio social. Además entre ellos mismos se buscan para formar
asociaciones de tipo cultural y empresarial. Por ejemplo, en la sociedad catalana, donde se
entremezclan la lengua, el baile y las costumbres catalanas con los valores culturales traídos por migrantes andaluces y de otras regiones de España, los colectivos de peruanos se han
organizado para fundar asociaciones y crear espacios de actuación valiéndose de sus danzas y su arte nativo, participando en competencias deportivas, y en otros casos en iniciativas empresariales abriendo restaurantes de comidas y bebidas típicas. La llegada de inmigrantes peruanos, está en apogeo ahora que es más fácil acceder al territorio español ya que no se necesita visado. Como turista tan sólo se requiere pasaporte en vigor, pasaje de ida y vuelta y una reserva de estadía en hotel. Y por supuesto llegar con la ilusión y el deseo de prosperar en todos los aspectos de la vida.