LA CAUDILLA DE LOS ANDES


Hacia el siglo XVIII, en Tamburco,
caserío peruano, vivía una joven primorosa,
trabajadora, sencilla y piadosa,
cariñosa con sus padres y fe en Dios.
A los quince años conoció a José Gabriel,
apuesto y distinguido cacique de Tungasuca
con quien compartió la dulzura del amor
y la dicha nupcial en la iglesia en Surimana.
En el poblado de Tinta se estableció la pareja
cuyo hogar fue bendecido con el nacimiento
de sus retoños Hipólito, Mariano y Fernando
a los que cuidaban con dedicación y cariño.
Por entonces los españoles gobernaban el Perú
aplicando el yugo a la población negra, india y mestiza.
Aquellas autoridades trataban con vil desprecio
al noble Pueblo desde hacía siglos oprimido.
Micaela anhelaba vivir en un mundo mejor,
donde no hubiera esclavos negros ni indios serviles,
donde la gente pudiera vivir dignamente
y mirar el futuro con optimismo.
Sufría el oprobio a que estaba sometida la población.
Aquella jauría de extranjeros les imponían a la fuerza
sus leyes y normas plagadas de injusticia.
Mientras en su sien latía ya la ideología libertaria.
Un día dijo ¡basta! y contra la dolorosa afrenta,
de trescientos años de vasallaje,
lanzó el grito estentóreo, la acción fecunda,
la esperanza inagotable de su frente bravía.
Y aunque sabía con profundo dolor de madre
que al renunciar a todo por su lucha
sacrificaría su vida y la de su querida familia,

que no vería florecer a sus hijos, siguió adelante.
Se entregó por completo a la causa rebelde
junto a su marido, de quien era principal consejera.
Organizó tropas para luchar contra los opresores.
Se propuso abolir la mita, los repartos, las alcabalas.
Urgía una revolución social, económica y política
a favor de los indios. Y la iniciaron con la captura,
juicio y ejecución del despótico corregidor Arriaga.
Declarada la guerra a los realistas,
con fuerte convicción, a pie o a caballo,
acompañaba a las tropas patriotas en su lucha
mano a mano contra los enemigos.
Organizó y dirigió el escuadrón de mujeres,
quechuas y aymaras, entre ellas la indomable
Tomasa Titu Condemayta. A estas luchadoras
arengaba al grito de “¡somos libres carajo!»
Dirigía el apoyo logístico a sus guerreros
andinos. Les abastecía de ropa, armas, municiones,
y redactaba proclamas para insuflarles valor,
ilusión y ambiciones de victoria.
La lideresa repartía por doquier coraje
e ideas libertadoras. Cumplía tareas políticas,
militares y administrativas. Emitía edictos
nombraba cargos, sumaba brazos para la lucha.
A Sangarará entró victoriosa, espada en mano,
y decidida propuso al Inca la toma del Cuzco
pero José Gabriel no la consideró oportuna
quizás por temor a no poder defender la plaza.
Micaela, a pesar de la derrota sufrida por los sublevados
no se amilanó. Y para reponer fuerzas
se replegó a Combapata. Pero fue traicionada
y apresada junto a su familia por el ejército de Areche.
Afrontó torturas y severo juicio acusada de rebelión
contra la corona española. Mica, mamanchis enérgica,
cabeza pensante de la revolución oyó su sentencia
de muerte sin un lamento ni grito de perdón.
Con temple de amazona y alma de granito.

el día de la ejecución, de pie ante el cadalso,
altiva y orgullosa, caudilla de los Andes,
reina de corazones libertarios.
Los verdugos le hicieron presenciar la muerte
de su hijo mayor. Luego, a pesar de su resistencia
le cortaron la lengua e intentaron aplicarle el garrote,
pero su esbelto cuello burlaba el ajuste del tornillo.
Entonces rodearon con lazos su garganta
y mientras tiraban de los extremos
patearon su estómago y sus pechos con saña
hasta hacerle exhalar el último aliento.
La mujer ahorcada y luego descuartizada
en la plaza del Cuzco, valiente, vigorosa,
indoblegable, se convirtió en símbolo
de lucha por la independencia peruana.
Micaela Bastidas Puyucahua, heroína y mártir.
Su espíritu perdura en la Historia.
Ejemplo de moral combativa, valor y sacrificio
por la libertad de los pueblos del Perú y América.