Genio, de verbo pupilado,
atisba implacable el destino blasfemo
que arrastra al Hombre con su mediana trascendencia,
hacia la infame suerte cerrada
por los broches mayores del silencio.
Polifemo del verso, metafísico,
apoyado al círculo de todos los caminos,
de codos, como un Cristo pensativo
pide a Dios por el Hombre, ¡santísimo poeta!
porque acusado el corazón, y luego sentenciado,
del fondo del espíritu, vuelves a la luz
y espías las cruces del mundo consumado.
¡Cholo Vallejo! , con admiración,
vuelve a matizar los jueves redentores de París
con los viernes lluviosos de Santiago de Chuco,
pero siempre sincero con los hombres que lloran
las culpas sangrientas del Bárbaro
contra el Pobre Inocente crucificado,
y además, hermano, solidario con los otros que sufren
las penas del alma encadenada a sus congénitos pecados.
¡Canta, César poético, el profundo dolor humano,
dolor que quiebra al hombre en niños
y al niño rompe en pedacitos,
y revélanos el rostro de la desdicha,
aunque protesten los cráneos estrangulados al tiro
descuadrado y enloquecido
de dos mil daños descargados
en homenaje mayor de las propias tumbas.
Vuela vate de cordillera, invicto al sol
y a la eternidad de las montañas.
(Cementerio de Montparnase -Paris, 1992)