ANA FRANK EN EL RECUERDO
La historia de Ana Frank, pequeña redactora de un diario de vida, ha vuelto a conmovernos. Al visitar su “casa de atrás” donde se escondía con su familia en aquellos años de persecución nazi a los judíos, durante la ocupación de aquellos a Holanda en la segunda guerra mundial. Hemos visto algunas hojas de los originales de su diario, escrito a mano, en su habitación decorada y con retratos de artistas de cine. Escribía, soñando con ser escritora, entre la soledad de su corazón y el miedo a ver un mundo peor, un mundo sin respeto ni libertad para las personas, sin paz ni amor, un mundo plagado de persecución, dolor y muerte. En medio de la barbarie alemana, se cuajó su espíritu idealista y describiócon admirable valentía su vivencia en aquellos magros habitáculos convertidos en refugio de ocho personas que temían ser capturadas por las hordas de Hitler.
ANA FRANK EN EL RECUERDO
La historia de Ana Frank, pequeña redactora de un diario de vida, ha vuelto a conmovernos. Al visitar su “casa de atrás” donde se escondía con su familia en aquellos años de persecución nazi a los judíos, durante la ocupación de aquellos a Holanda en la segunda guerra mundial. Hemos visto algunas hojas de los originales de su diario, escrito a mano, en su habitación decorada y con retratos de artistas de cine. Escribía, soñando con ser escritora, entre la soledad de su corazón y el miedo a ver un mundo peor, un mundo sin respeto ni libertad para las personas, sin paz ni amor, un mundo plagado de persecución, dolor y muerte. En medio de la barbarie alemana, se cuajó su espíritu idealista y describiócon admirable valentía su vivencia en aquellos magros habitáculos convertidos en refugio de ocho personas que temían ser capturadas por las hordas de Hitler.
La literatura era su pasión, y al término de la guerra pensaba publicar una novela basada en las experiencias de su corta existencia. Pero la realidad era más fuerte que su fantástica ambición, y decidió aferrarse a la vida escribiendo, desde la clandestinidad, sobre lo que sentía y sucedía a su alrededor, como un deber moral que debía cumplir para sentirse mejor. Y cada día, dentro su oscura habitación, apegada a su pequeño escritorio, se dirigía a “Kity”, su querido diario, para narrarle con temor y emoción, detalles y vivencias compartidas con las otras personas que se movían dentro la improvisada guarida de aquel edificio de la calle Prinsengracht 263, ubicada junto a uno de los silenciosos canales de la ciudad de Amsterdam.
Escribía con sobriedad e ingenio acompasados por la cándida ternura de su adolescencia, hilvanado frases y palabras que expresaban sus más hondos pensamientos y sentimientos. Sus relatos trasmiten la vibración de un alma temerosa, como un soldado en campo de batalla entre el retumbar de las balas, mientras oye el fuerte latido de su corazón en dolorosa lucha y el fluir impávido de su propia sangre. Los hechos que relata en su diario conmueven a todos los lectores del mundo. Es como un mensaje de vida y esperanza en medio del horror, y una denuncia asimismo contra la maldad propiciada por gente vil en ese período nefasto de nuestra historia universal.
Dos años y algo más sobrevivió Ana con los suyos en aquel altillo sombrío, hasta que un malvado delator anónimo denunció a la policía alemana la presencia de familias judías en la finca. Injustamente fue detenida y luego interrogada por los temibles agentes de la GESTAPO. Hacia finales de 1944, tras ser deportada de Holanda, a pedido de la malsana justicia alemana de la época, se pierde su rastro. Habrá sufrido mucho en cautiverio. Y más, porque considerándose escritora no podía ya contar lo que sentía para que así todos pudieran compartir con ella su dolor.
Luego, nos cuentan sus biógrafos, que el 12 de marzo de 1945, justo dos meses antes de la Liberación de presos por parte de los aliados, la traicionera enfermedad del tifus, que días antes había segado la vida de su hermana Margot, hizo mella en su pequeño cuerpo ya debilitado por el hambre y la tortura patentes en los miserables barracones del campo de concentración de Bergen-Belsen. Y fue la inocente niña una víctima más de las atrocidades cometidas por aquellos sanguinarios que la historia repudia.
La vieja casa donde estuvo escondida junto con su padre, su madre Edith, su hermana Margot y sus vecinos los esposos Hermann y Auguste van Pels y su hijo Peter y otro vecino Fritz Pfeffer –todos ellos muertos durante el Holocausto a excepción de su padre–, el año 1960 se convirtió en Museo y desde entonces a diario centenares de personas la visitan con interés, como si quisieran comprobar, entre los vestigios perdurables de su encierro, la verdad de sus palabras. Ver de cerca su habitación cuyas paredes adornó con fotos, postales y papeles escritos, la pequeña y cerrada estancia donde con temor se movilizaba la familia así como la giratoria estantería con libros que cubría la entrada al escondite que nos reseña en su diario nos impresiona y transporta hacia un capítulo de la segunda guerra mundial donde ella, por ironía, es la principal protagonista.
La historia ha juzgado su relato y su vida y las ha convertido en signos de lucha y esperanza, tanto suya como la de aquellos millones de seres –entre ellos cerca de 2 millones de niños– que lucharon por sobrevivir en los campos de concentración y exterminio nazis. Y las muestras de solidaridad hacia ella –aunque físicamente no esté presente–se ha extendido por todo el orbe, gracias a la iniciativa de su padre Otto Frank, sobreviviente de Auschwitz, que rescató su diario de entre las cenizas del Holocauto y lo mandó publicar para que todos supiéramos la verdad de su heroica resistencia a la adversidad. Y, asimismo, para que su admirable gesta sirva como ejemplo para la construcción de un mundo mejor, donde no exista la persecución racista, ni el exterminio de personas por su condición social, religiosa o política, y sobre todo para que nunca más vuelvan a suceder hechos como los sucedidos en aquella infausta guerra.
Barcelona, 3 de agosto de 2010