MARIANO MELGAR: POETA Y PALADÍN DE LA LIBERTAD
(Un 12 de marzo de 1815 fue fusilado el vate peruano.)
Amor y Libertad, Pluma y Espada, Patria y Fuego. La mística del joven bardo alentaba su alma mientras avanzaba hacia el patíbulo. Erguido y altivo, desechó la oferta de una venda en los ojos “Póngansela ustedes que son los engañados –les dijo a los realistas que lo iban a fusilar– porque América será libre antes de diez años”. Su profecía no llegaría a verla. Pero sentía orgullo de ofrendar su vida como un precursor de la independencia, causa en la que estaban involucrados todos sus paisanos, aunque el Perú formara parte de un Virreinato y aún no hubiera surgido como nación. Su lucha era social y no iba morir en vano. Su suerte ya la tenía asumida y su destino trazado. Por eso no quiso vendas en los ojos para mirar de frente a la muerte, sin cobardía.
Recordó a su amada, la bella y dulce Silvia. Si fuera libre correría a decirle que la amaba con locura y le pediría que huyera con él, para vivir siempre juntos, lejos de las influencias caseras que rechazaban, como si fuera un pecado, aquel amor surgido en la flor de la juventud. Ansiaba poder verla y oír su voz, disfrutar de esos instantes que le sabían a gloria. Pero ya no era posible recordar. Ante el pelotón de fusilamiento, el poeta romántico supo que no iba a fingir su muerte ni suicidarse por amor, como lo hicieron Romeo por Julieta y Werther por Carlota. Admiraba la portentosa imaginación de Shakespeare y Goethe, sus poetas preferidos. Pero él iba a morir de verdad, en carne viva, no solo por amor a una mujer, también por su patria, a diferencia de estos personajes de fantasía.
Los momentos estelares de su vida cruzaron como un rayo por su mente ¡Cuántas horas pasó en la biblioteca del Seminario de San Jerónimo devorando las obras de los clásicos y las enciclopedias de la Ilustración! ¡Y cuántas otras en los campos serranos recogiendo la música de sus antepasados! El canto triste de los harawis le tocó la fibra de su ser y con genialidad literaria lo pulió y creó sus yaravíes para expresar con ellos su volcánico amor por Silvia. Volvió a sentir el último abrazo de su llorosa madre a la que trató de convencer de que era un deber de hombre marchar a la guerra ya que la libertad no les caería del cielo, tenían que luchar por conseguirla.
¡Nunca renunció a la Silvia de sus amores!, ni cuando se fue a estudiar Derecho a una metrópoli colonial sacudida por aires de independencia. Los eufóricos discursos de Baquijano y Carrillo que inundaban los patios estudiantiles instaban a la juventud estudiosa a rebelarse contra el poderío español y sumarse a la lucha por la libertad. En Lima, durante un tiempo, trabajó como profesor de Teología, Derecho e Historia en algunos centros educativos, luego volvió a Arequipa su tierra natal.
¡Quiso casarse con su amada!, pero la joven, aconsejada por su familia, rechazó la petición de mano. Despechado, pasó días errante en soledad por las campiñas characatas, impregnando el ambiente con la tristeza de su canto, los contritos yaravíes, que en las noches parecían orquestar con el gemido de las quenas campesinas. Esta época de apogeo del yaraví en su obra poética quedó suspendida en 1814 cuando estalló la rebelión del Cuzco, encabezada por los hermanos Angulo y el brigadier Pumacahua. El ideal revolucionario despertó en su alma y marchó a unirse a los rebeldes El viejo Mateo lo acogió con aprecio y al saber que era intelectual lo designó auditor de guerra y a la vez comandante de artillería.
¡Cuántos versos escribió en sus noches de guardia!, versos dirigidos a su amor platónico. Y también en el frente recitaba poemas a sus compañeros arengándolos en su lucha por la libertad. En la batalla de Humachiri (Puno) dirigió con aplomo la artillería del bando patriota y se batió contra el enemigo con toda la energía de su juventud. Pero las tropas realistas encabezadas por el general Ramírez destruyeron el fuerte de los rebeldes y el joven poeta fue tomado prisionero. Sereno, con estoico valor moral y amor por su tierra afrontó el proceso sumario seguido contra él cuya sentencia fue la condena a muerte. Y a pesar de los pedidos suplicatorios que hicieron llegar sus familiares y amigos al jefe militar realista, la pena capital no fue conmutada; se cumpliría la orden el despótico virrey Abascal de liquidar a todo aquel que osara rebelarse contra la corona española.
“Por Silvia amo a mi patria con esmero y por mi patria amada a Silvia quiero”, desveló en sus versos aquellos sentimientos que lo empujaban al heroísmo. Volvió a la realidad; otra vez el cadalso y el pelotón de fusilamiento. Una pena partir tan pronto, ya no poder soñar con el amor de Silvia, ni pasear cantando sus yaravíes por las laderas del Misti, ni ver a su patria libre del coloniaje español. Le había llegado su hora, a los veinticuatro años. Las balas que perforaron su cuerpo aquella mañana del 12 de marzo de 1815, no mataron su espíritu que fue creciendo hasta hacerse inmortal. Poeta romántico, místico y guerrero, se convirtió en símbolo nacional, por su contribución a la poesía lírica a través de sus Odas, Elegías, su “Carta a Silvia”, “El arte de olvidar” y sus fábulas, que forman parte de su obra literaria breve pero fecunda y por su ejemplar gesta en la lucha por la independencia de América.
Jorge Varas 12 marzo 2021