Para mi hermano «Rulo» (in memorian)

Para mi hermano Rulo (In memorian)

 

Para mi hermano Rulo (In memorian)

 

Te recuerdo como eras, mi querido hermano, contigo y con nuestro pequeño hermano Guido, de niños, jugábamos a los soldaditos de la serie "Combate", al ludo, al cachascán  y la pelota, en las calles de nuestro barrio de Aranjuez, en la casa que papá compró en Trujillo, y en las playas de Huanchaco o las Delicias donde correteábamos con nuestro perro Halcón. Recuerdo que entre tú y yo había un fuerte lazo fraternal que a veces nos hacía pensar como una sola persona. Los vecinos les decían a nuestros padres que parecíamos mellizos, porque entonces teníamos casi el mismo tamaño y las mismas facciones.

 

¿Te acuerdas cuando niños recorríamos los mercados de El Porvenir, Laredo, La Esperanza, buscando clientes para los monederos que nos daba a vender papá? Siempre andábamos juntos, dos hermanitos casi de la misma edad. Luego vendíamos carteras en la mano, espejos y vasos de vidrio en cajitas de cartón, calcetines de hombre que ofrecíamos a la gente al menudeo. Nuestro padre nos enseñó un negocio que luego nosotros desarrollamos por los mercados de Lima. Luego nos dedicamos a la venta de zapatos. Recuerdo que mientras vendíamos, te  traías al puesto una torta de miloja o  un queque con chicha morada que saboreabas con humor.

 

¡Cómo no recordarte, hermano! En estos momentos, en que te escribo con dolor, al verte solo, metido en ese cajón mortuorio, tu cuerpo frío y tu alma con Dios. Estoy llorando, mientras te escribo, hermano, con mi corazón compungido por tu partida. Nunca podré olvidar tus palabras, cuándo me escribías diciéndome que me querías mucho y me pedías que nunca te olvidara. Nunca te olvidé hermano, siempre estuviste en mi corazón y en mi mente, y si no pude hacer más por ti, perdóname, yo también he pasado dificultades en este país. Por eso te llamaba cada semana, para saber de ti y de mamá y papá que hoy están muy tristes, sobre todo mamá que está rota por el dolor de tu desaparición física.

 

¿Te acuerdas cuando vendíamos carros? “Pasábamos corriente” a la gente que iba manejando su carro por las calles de Chiclayo, Piura y Sullana, y le hacíamos parar para preguntarle si lo quería vender y entonces le hacíamos una oferta de compra. Nos traíamos los carros desde el Norte hacia Lima, manejándolos por turnos, a veces con papá que nos enseñó el negocio. ¿Te acuerdas cuando, mientras hacíamos planes futuros, esperábamos a los clientes sentados en los carros, junto a  los talleres de la avenida Perú o Zarumilla? Éramos vendedores de carros y a veces obteníamos buenas ganancias y en otras solo recuperábamos el capital invertido. Por otro lado, a ti te gustaba manejar los carros y yo en cambio muy comodón iba a tu lado cuando salíamos a pasear.

 

Anoche, mientras dormía, te sentí, hermano. Percibí nítidamente tu mano cálida aferrada a la mía. Viniste de lejos a despedirte de mí. ¡Dios Mío!, Rulito, no sabes cuánto siento tu partida, eras mi mejor hermano y amigo, mi compañero de secretos y juegos de niñez y juventud. Siempre me buscabas, de noche, para ir a tomar emoliente, jugo especial o caldo de gallina por la avenida Perú. Creo que aquellos fueron los mejores años de nuestras vidas. Éramos jóvenes soñadores, y en medio de nuestra lucha por sobrevivir en un medio difícil como Lima nos dábamos tiempo para hablar de nosotros y la familia.

 

Hubo una fase en tu vida que toda la familia lamentó, cuando te enfermaste y tuviste que recurrir a los médicos y las pastillas. Largos años luchaste contra tu enfermedad, incluso estuviste internado en el hospital Nogushi. Pero fuiste fuerte y con la ayuda de Dios, al que por fin encontraste en tu peregrinar por las iglesias, venciste a la enfermedad que padecías. Perdóname, hermano, si no supe comprenderte. Me hubiera gustado hacer mucho más por ti. Me pedías que te llevara a España. No pude hacerlo. Yo pensaba que aquí no te ibas a adaptar e ibas a sufrir mucho más de lo que ya sufrías en Perú

  

Últimamente me encontraba contigo en internet, me hablabas de tus pensamientos y sentimientos. Te compadecías por mamá de quien decías que la vida la había golpeado mucho y no querías verla sufrir más. Pobre mamá, no sabes cómo sufre por ti, te busca y llama en voz alta causándonos pena y dolor. Ahora está con ella nuestra hermana Maritza y la está apoyando, igual que a papá, con su presencia y afecto en estos difíciles momentos para la familia. Luego irá Katy para acompañar a mamá que te extraña mucho y lamenta que ya no podrás acompañarla al Policlínico, a pasear por Mega Plaza o a visitar a nuestro hermano menor, Ronald, que está internado en una residencia evangélica.

 

Te recuerdo, como eras, mi querido hermano, siempre bueno, jovial y muy humano. Te gustaba hablar con la gente para formarte opiniones personales. Eras además bromista. Disfrutabas como un niño  con las ocurrencias familiares y siempre nos pedías unión y toma de acuerdos para bien de la familia. A menudo te encontraba navegando por Internet, luciendo tu camisa roja. Emocionado me saludabas con la mano y me preguntabas cuándo iba a ir a Lima a visitar a la familia. Yo te decía que pronto, quizás el próximo año. Dios mío, ahora lamento no haber ido cada año. Soy ingrato y egoísta lo reconozco, pero tu sabrás perdonarme porque me conoces desde siempre.

 

He vivido tan lindos momentos contigo, veinte años atrás y cuando viajaba a Lima a visitar a la familia. Me contabas que ibas a mi casa de Los Olivos y encontrabas mis notas en mis cuadernos abandonados tras mi viaje a España. A veces me decías que te habías encontrado con Carrasco, la señora Olga, que en paz descanse, con Montoya, Ponce y otros conocidos míos que me enviaban saludos. Decías también que me mandaban saludos algunos comerciantes del antiguo mercado de Pocitos y de San Antonio donde antaño vendíamos zapatos.

 

Tú extrañabas mucho a tus hermanos, lo sé. Pero por cosas del destino nos separamos de ti físicamente hace muchos años. Pero siempre estábamos pendientes de ti y la familia y cuando nos llamabas por teléfono para saber de nosotros te atendíamos con cariño. Yo me alegraba mucho cuando me pedías que fuera a Internet para chatear.

 

Me decías que querías estudiar, estabas animado; hasta que una maldita hemorragia pancreática paralizó tu noble corazón. Estabas dormido en tu cama y ya no despertaste. Dios se llevó tu alma mientras estabas dormidito como un niño. Rulito nosotros sufrimos por lo que te ha ocurrido, pero tu no tienes la culpa de nada, estabas dormido y no te diste cuenta. Quizás era mejor así, te fuiste al cielo sin sufrir más de lo que ya habías sufrido en la tierra. Yo fui testigo de tu sufrimiento y nada pude hacer, en aquellos años de juventud cuando soñaba con ser escritor. Tú ibas, de noche, a buscarme al local de la Federación de ambulantes. Yo dejaba la máquina de escribir y nos íbamos a pasear por las calles de San Martín de Porres, mientras me hablabas de cómo te sentías, de cómo ibas superando tu enfermedad. Yo me alegraba por ti, hermano, porque quería verte recuperado del todo y así pudieras hacer una vida normal.

 

La vida fue dura contigo, y tu alma percibió el dolor y sufrimiento humano, pero luchaste y conseguiste vencer la enfermedad que bloqueó, por desgracia, tus sueños de juventud. Por eso querías recuperar el tiempo perdido y nos repetías que aparte del estudio de informática en el instituto Cesca anhelabas estudiar inglés. Hermano, lamento no estar a tu lado, en estos momentos duros, para decirte que te quiero, que siempre vivirás en mi corazón que hoy está apenado, siempre te querré y recordaré como el buen hermano que eras

 

Rulito no sabes cuánto nos duele tu partida hacia el cielo. Tu familia está muy triste, aunque tú, si te dieras cuenta de ello, seguro que lo evitarías, y nos darían aliento, apoyo moral, y nos reanimarías con tus palabras. No sé cómo haremos ahora para vivir sin ti. Pero tenemos claro tu mensaje, y estaremos unidos para soportar el dolor y seguir adelante. Hoy está Maritza con nuestros padres, apoyándolos. Luego irá Katy para acompañar a mamá que sufre mucho por tu desaparición, porque ya no podrás acompañarla a pasear por la calle. Perdóname si antes no te hice caso, de escribir a Ronald y enviarle una carta por internet para que se la entregaras.

 

Dios te bendiga Rulito y te tenga a su lado por siempre, te lo mereces. En vida sufriste lo indecible, como un Cristo, pero lo afrontaste con valentía y luchaste por vencer la adversidad hasta el  día de tu partida hacia la eternidad. No sabes cómo voy a extrañar el no encontrarte en Internet, para poder contarnos secretos de hermanos, cosas íntimas que solo nosotros sabíamos. Y para que me comentaras sobre las ideas de papá de vender carros, las dolencias de mamá y tus proyectos de estudios. Hasta pronto, hermano mío, espérame allí donde te ha designado Dios. Allí nos encontraremos mañana, seguramente, para volver a hablar de nuestras cosas…

  

Barcelona, 07 de setiembre del 2010