ABRAHAM VALDELOMAR

 

EL CABALLERO VALDELOMAR

Pedro Abraham Valdelomar Pinto nació en Ica, el 27 abril 1888, en el seno de una modesta familia. Su padre Anfiloquio Valdelomar era empleado de aduana y su madre Carolina Pinto, ama de casa. Estudió la primaria en escuelas de Pisco y Chincha, y la secundaria en Lima en el colegio nacional de Guadalupe donde, en 1903, el precoz intelectual funda, con su compañero de estudios Manuel Bedoya, la revista “La Idea Guadalupana”

 

EL CABALLERO VALDELOMAR

Pedro Abraham Valdelomar Pinto nació en Ica, el 27 abril 1888, en el seno de una modesta familia. Su padre Anfiloquio Valdelomar era empleado de aduana y su madre Carolina Pinto, ama de casa. Estudió la primaria en escuelas de Pisco y Chincha, y la secundaria en Lima en el colegio nacional de Guadalupe donde, en 1903, el precoz intelectual funda, con su compañero de estudios Manuel Bedoya, la revista “La Idea Guadalupana”

En 1905 se matriculó en Ingeniería y luego en Letras en la universidad de San Marcos, aunque no concluyó ninguna carrera universitaria. Su espíritu inquieto, que enarbolaba en alto el concepto de libertad, incluyendo la personal, lo alejó pronto de las enseñanzas académicas

Como autodidacta se adentró, en cambio, en el conocimiento de las Artes y Humanidades y mostró preferencia por el arte literario, terreno donde podía explayarse a placer, dar rienda suelta a su desbordante imaginación, ahondar en los temas que le apasionaban, expresar los sentimientos que movían sus ideales. Estos valores intrínsecos, concatenados en su ser, le impulsaron a la creación de obras literarias que, por su originalidad estilística, habían de influir en la historia de la literatura Peruana

En 1906 trabajó como dibujante en diversas revistas, entre ellas “Fray Cabezón” y “Monos y monadas”. En 1910 aparecen algunos cuentos suyos en revistas limeñas. En 1911 publica, por entregas, en la revista "Variedades" sus novelas cortas: “La Ciudad Muerta” y “La Ciudad de los tísicos”.

En 1912 participó en la campaña presidencial de Billingurts, que resultó ganador en las elecciones. Recibió del nuevo gobierno un cargo diplomático y como tal viajó  a Italia en 1913.

Durante su estancia como secretario de la legación peruana en Roma, escribió el cuento “El Caballero Carmelo” Allí, sumido en  la soledad que envuelve a todo emigrante en país desconocido, recordó tiernas escenas vividas en la cálida tierra nativa, la acogedora casa paterna, y la llegada del hermano mayor que traía como regalo a su padre un apuesto y vigoroso gallo de pelea.

Era un gallo imponente que, sin embargo, convivía amistosamente con los otros animales domésticos. Hasta el día en que el padre de Valdelomar, herido en su amor propio y, para salvar su honor, aceptó el reto  del dueño del Ají Seco un bravo gallo de pelea que había vencido en numerosos combates. El escritor recordó aquel 28 de julio, en plenas fiestas patrias cuando se enfrentaron los dos gallos. La gente apostaba por el Ají Seco y durante la lid lo arengaba para salir victorioso. Este gallo, más experimentado que su rival, asestó sendos navajazos en el cuerpo del Caballero Carmelo que herido de muerte estuvo a punto de enterrar el pico. Pero, en un arranque propio de los animales de su raza, se incorporó y acometió de frente y con fuerza al Ají Seco dejándolo muerto en la arena. El vencedor aún ensangrentado cantó victorioso entre los aplausos de sus pocos seguidores. Tras la pelea el gallo herido fue llevado a casa, donde pese al cuidado de sus dueños no pudo sobreponerse a los navajazos recibidos de su rival y murió dos días después ante la congoja de la familia.

Con “El Caballero Carmelo”, (premio Internacional del diario La Nación) Valdelomar inaugura la narrativa moderna en el Perú. Después le seguirían José María Arguedas, López Albújar, Ciro Alegría. Manuel Scorza, y otros escritores que, con alturada visión social, cimentaron el nuevo fenómeno literario peruano.

Al volver de Italia, Valdelomar causó recelo en los círculos literarios burgueses que lo acusaban de ser un tipo extravagante, imitador de los escritores Oscar Wilde y Gabrielle D’annunzio. Frecuentaba el parque Neptuno, donde, con amigos de su círculo literario, leían y comentaban obras y novedades literarias. Y, se paseaba por las calles limeñas luciendo su pulcra indumentaria, deteniéndose para adoptar poses teatrales y soltar frases llenas de chispa e ingenio que causaban hilaridad entre sus acompañantes. En el Palais Concert, donde se reunía la intelectualidad burguesa de la época, alardeaba de sabiduría y se besaba las manos en agradecimiento por haber escrito cosas importantes. Llegó a decir con petulancia: “El Perú es Lima, Lima es el jirón de la unión, el jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”

Valdelomar se disfrazó de Dandy y adoptó una actitud arrogante frente a los representantes de la vieja sociedad aristocrática. Aunque detrás de esta postura teatral, de esta máscara mediática, se escondía el tierno hombre de provincia, el aldeano que miraba el mundo con una mezcla de tristeza, amor y dulzura.

Frecuentó el Palais Concert –cafeterÍa ubicada en  el céntrico jirón la Unión– desde donde ridiculizaba a aquellos, escritores e intelectuales trasnochados, que invocaban a las musas para describir las vanaglorias del pasado ostentoso con un lenguaje propio  de las corrientes ochocentistas y decimonónicas que, a pesar de su obsolescencia, todavía imperaban en nuestra literatura.

En 1914 publica: “El Vuelo de los Cóndores”, en 1916 su libro de cuentos: “Los Hijos del Sol”, y “La Voces Dulces”. En 1917 publica el cuento: “Evaristo el Sauce que murió de amor”, y “El Hipocampo de oro” (relato con elementos fantásticos). Y en 1918 aparece: “El Caballero Carmelo”.

Valdelomar forma parte de aquel osado grupo de provincianos que con gran talento y emoción social rompieron los moldes establecidos por la enmohecida sociedad peruana de la primera mitad del siglo XX, desvelaron los falsos valores sociales y culturales que rigieron en épocas pasadas, escandalizaron a la burguesía intelectual apegada al vanidoso linaje,  a la superflua casta heredada de los últimos virreyes y militares republicanos. El escritor iqueño, con natural sobriedad, diseñó nuevas formas de expresión literaria para  popularizar las costumbres de nuestro pueblo. Es el iniciador del movimiento renacentista de la literatura peruana. Él supo desinfectarla del aletargante tradicionalismo y la hipocresía del parnasianismo criollo, que destilaban ya su hedor en las esferas literarias, y, con remozado pulso, la introdujo en la era del modernismo.

Era consciente del papel que debían cumplir las nuevas generaciones de escritores y artistas. Por eso fundó Colónida, revista que sólo alcanzó 4 números pero bastó para propiciar el cambio de mentalidad de las nuevas generaciones de intelectuales. En Colónida publicaron José Santos Chocano, José María Euguren y otros renombrados poetas.

Era amigo personal de José Carlos Mariátegui y César Vallejo, con los que se reunía en los cafés limeños que frecuentaba la bohemia intelectual de su tiempo. Con Mariátegui, al que apreciaba y respetaba llamándole con cariño “cojito genial”, intercambiaba anecdóticas misivas periodísticas. Y con Vallejo, al que admiraba por la fuerza de su poesía, lo unió el sentir del migrante que a costa de arduo trabajo intelectual aspira conquistar la capital. Y aunque por cosa del destino, no llegó nunca a prologarle su libro “Los Herados Negros” sí lo ayudó en su búsqueda de trabajo en una sociedad gobernada por gente ligada a las élites oligárquicas que centralizaban el poder económico y político en la capital. Y, justamente, los tres jóvenes escritores, de cuna provinciana y humilde, se reunían para mostrarse sus trabajos, literarios, intercambiar ideas y proyectar el modo de denunciar esa mentalidad racista y egoísta heredada del pasado, para acabar con el menosprecio y el látigo impuesto a las clases campesinas por los grupos de poder económico y político. Nadie, al verlos, sentados a una mesa sorbiendo un café, mientras debatían con entusiasmo las ideas que hervían en sus cerebros, se hubiera imaginado que estaban en tertulia tres gigantes de la literatura y la política peruana del siglo XX.

Valdelomar es el padre del renacimiento de la literatura peruana, una figura capital en el devenir histórico de nuestras letras. Con su valioso aporte moderniza la literatura, la rehace y expresa en un formato más acorde con las corrientes literarias en boga en la actualidad literaria mundial. Es el preclaro esteta que, con afinada pluma, depura los signos lingüísticos tradicionales, el estático barroquismo de los párrafos literarios, las recargadas y obsoletas formas de escribir un cuento o poema, y les da sazón, movimiento, color, vida.

Valdelomar desarrolló además una agitada vida política. En 1919 fue elegido Diputado Regional por Pisco, y en calidad de secretario asistió al I Congreso Regional del Centro que se celebraba en la ciudad de Ayacucho. Por desgracia, durante un descanso en el hotel, mientras bajaba por una escalera pisó en falso, y cayó al suelo desde una considerable altura. A causa de la caída se rompió la columna vertebral, y a los 2 días, el 3 de noviembre de 1919, falleció el notable escritor. Su cuerpo fue traído a lomo de mula a Lima y, tras recibir un multitudinario reconocimiento popular, fue enterrado en el cementerio general de Lima.

Valdelomar, el hombre de la fustigante sátira, el genial columnista del diario La Prensa, que desde su columna “Palabras” y con el atildado mote de "El Conde de Lemos" se mofaba de los políticos y grupos de poder económico que gobernaban el país de acuerdo a sus intereses, nos dejó a los 31 años, cuando, tras descubrir la verdadera realidad peruana, durante sus largos y numerosos viajes por el interior del país, proyectaba escribir obras relacionadas con los problemas y costumbres de nuestra gente.

El genial escritor nos legó una obra rica e imperecedera que aún espera ser valorada en su verdadera dimensión literaria, social y humana. El autor de “Tristitia”, hermoso poema que Pablo Neruda recitaba de memoria en las tertulias, es una figura trascendental en la historia de la literatura peruana.

Barcelona, 10 noviembre 2013