CESAR VALLEJO
CESAR VALLEJO
César Abraham Vallejo Mendoza nació en Santiago de Chuco, un pequeño pueblo de la Sierra Peruana, en el año 1892. Cuentan sus biógrafos que desde niño mostraba ya una inclinación especial hacia la abstracción poética, a pesar de las carencias económicas que rodeaban a su familia. Al “niño aldeano” le gustaba atisbar, en la soledad de la tarde, la lluvia que moja los campos serranos, los largos senderos que parecen encontrarse con el cielo, observando a su “..Sierra de mi Perú / Perú del mundo /…y Perú al pie del orbe…”(como diría luego en un poema) adhería su pequeño espíritu a la naturaleza y el sentir del Pueblo que lo vio nacer.
Después de cursar los estudios primarios y secundarios, César decidió salir en busca de un horizonte más amplio para sus aspiraciones, tanto estudiantiles como poéticas. Así, abandonó a su querida familia y se trasladó a la capital del departamento de La Libertad. En Trujillo, mientras estudiaba en la Universidad, siendo ya un mozo de larga melena y mirada profunda -aunque sus ojos parecían estar impregnados por un vaho de tristeza-, se daba tiempo para ahondarse en el estudio de la Filosofía y de las Artes. Así, pronto descubrió que éstas no son sino versiones parciales, escuetas y estilizadas del Universo. Y que un estilo artístico puede ser libremente expresado por las técnicas de un creador.El poeta estudiante, con una genial intuición, escribía versos que le salían del alma, del fondo de su ser atormentado ya por la fragilidad de la condición humana.
Se creó un arte literario propio, a partir del simple verbo y despojando a su expresión todo asomo de retórica. Hablaba individualmente, particularizando el lenguaje, aunque sentía y amaba universalmente; él hacía síntesis constructiva, acercaba y conectaba eslabones, descubría y acoplaba identidades; miraba a la naturaleza en su integridad, percibía la vida trémula y agitada, y analizaba al hombre en su destino convirtiéndose en cauce de humanidad. Por el tiempo en que el poeta componía sus primeros ritmos, en desconocida ciudad de América, en Trujillo, se formaba aquel club de jóvenes intelectuales, el Grupo Norte, conformado por el propio Vallejo, Antenor Orrego (quien haría el prólogo a la primera edición de Trilce, el segundo libro que publicaría Vallejo), Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, Macedonio de la Torre, Federico Esquerre y entre otros más Víctor Raúl Haya de la Torre futuro líder fundador del Partido Aprista Peruano. El grupo reunido en torno a una mesa de café, o ante el sedante paisaje de Mansiche, o en la solitaria playa de Huamán, recitaba versos de Darío, Amado Nervo, Walt Whitman, Verlaine, Samain y de tantos otros que describían con aladas y melódicas palabras, la expresión articulada del amor, la sonoridad inmensa del mar y el entusiasmo encendido por la vida.
Pero, en realidad, la vida era dura para Vallejo: un humilde estudiante serrano, sin ayuda económica de ningún tipo. La pobreza material rodeaba su existencia. Esta situación le hace preguntarse en uno de sus poemas: “..¿un simple pan no habrá ahora para mí?..” En medio de sus penurias escribió el poema Aldeana, de deleitoso ambiente cerril y campesino. A este poema le siguen otros que con el tiempo serán reconocidos como una aportación lírica de valor y significado decisivos. Su poesía era auténtica, por su arraigo idiomático castellano. Podría decirse que Vallejo retorcía la Lengua heredada de sus antepasados para interpretar a su peculiar modo la pobreza, la soledad y el dolor humanos. En su poema “La Cena Miserable” dice: “He almorzado solo ahora, y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, / ni padre que, en el facundo ofertorio / de los choclos, pregunte para su tardanza / de imagen, por los broches mayores del sonido…”(Trilce)
Mientras estudiaba en la universidad, y gracias a la recomendación del padre de uno de sus amigos, Vallejo hacía de profesor de primaria en el histórico Colegio Nacional de San Juan. En su clase tenía por alumno al niño Ciro Alegría, futuro egregio novelista, con quien, durante los descansos, compartía interesantes momentos de narración literaria. Por este tiempo, escribía poemas con notoria influencia modernista, con un lenguaje original que se resolvía en el tono coloquial y simple de la vida doméstica, pacificada por la figura de su madre, pero también en la crisis existencial, la fractura del hombre en el mundo, la angustia ante el destino humano: el sufrimiento, el desgaste temporal, la muerte. Él mismo llegará a decir: “En suma no tengo para expresar mi vida sino mi muerte”.Era un hombre con una vasta riqueza interior; vital y superdotado intelectualmente; su pupila filosófica y sus reflexiones horadaban los abruptos senderos de la metafísica. Y con su lenguaje propio decía que estaba “corazonmente unido a mi esqueleto”.
Entre su poetas preferidos estaba Darío, su “padre celestial”. Algunas veces mientras caminaba, sus amigos del Grupo -a quienes sí confesaba sus gustos y admiraciones- le oyeron recitar, en voz alta, este trozo del vate nicaragüense : “Mis ojos espantosos han visto / tal ha sido mi triste suerte. / Cual la de Nuestro Señor Jesucristo / mi alma está triste hasta la muerte”. Y con respecto al amor, el poeta experimentó inolvidables sensaciones de felicidad pero también soportó fracasos. Se cuenta que el joven poeta tenía una enamorada a la que llamaba Otilia (nombre probablemente extraído de sus lecturas). Fácil sería suponer la intensidad con la que amaba el poeta, y los versos que escribía para ella. Aunque luego sufrió el desengaño ingrato, que le hizo hundirse aún más en la soledad. Recordándola, escribió: “En el rincón aquel donde dormimos juntos / tantas noches, ahora me he sentado / a caminar. / La cuja de los novios difuntos / fue sacada, o tal vez qué habrá pasado / Has venido temprano a otros asuntos / y ya no estás. Es el rincón / donde a tu lado, leí una noche, / entre tus tiernos puntos / un cuento de Daudet. / Es el rincón amado. No lo equivoques./ …En esta noche pluviosa, / ya lejos de ambos dos, salto de pronto…/ Son dos puertas abriéndose cerrándose / dos puertas que al viento van y vienen / sombra a sombra”
Pero el momento más doloroso en la vida del poeta fue cuando le llegó la noticia de la muerte de su madre. Todo él empapado en llanto, y con el alma desgarrada por el dolor, escribió: “Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma…Yo no sé! / Son pocos pero son… Abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuere. / Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; / o lo heraldos negros que nos manda la Muerte./ Son las caídas hondas de los Cristos del alma, / de alguna fe adorable que el Destino blasfema. / Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. / Y el hombre… Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como / cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza como charco de culpa, en la mirada / Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!”. (Los Heraldos Negros).
Tras la muerte de su madre, César se siente impulsado a salir hacia espacios más grandes, tal vez persiguiendo a su destino de poeta. Así decide trasladar sus estudios a la capital del país. Pero antes, con el deseo expreso de despedirse de su madre, emprendió viaje a su pueblo natal. Allí, cumplió con dolor su promesa de despedirse, ante la tumba de quien diría: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre/ Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo / quedaría, en qué retoño capilar/ … Hoy que hasta / tus puros huesos estarán harina / que no habrá en qué amasar / ¡tierna dulcera de amor!” Por desgracia, en su rústico pueblo andino, sucedió un hecho grave en el que se vio involucrado. Hubo un incendio en una concurrida plaza callejera, y varios mozos entre ellos Vallejo, fueron acusados de incendiarios. El poeta fue sentenciado a una reclusión en la cárcel por cuatro meses. En medio de su desdicha, se atreve a encarar al Creador; y, escribe: “¡Dios mío estoy llorando el ser que vivo / me pesa haber tomádote tu pan / pero este pobre barro pensativo / no es costra fermentada en su costado / tú no tienes Marías que se van./ Dios mío si tú hubieras sido hombre / hoy supieras ser Dios / Pero tú, que estuviste siempre bien/ no sientes nada de tu creación. / Y el hombre si te sufre. El Dios es él…”(Los Dados Eternos)Al salir de la cárcel, el año 1917, Vallejo se trasladó a Lima.
En la capital del país consiguió un puesto de profesor en el colegio Guadalupe. Allí, por su carácter serio, huidizo, tímido ( naturalmente con los que no conocía) era blanco de críticas. Aparte de sus facciones cuasi hieráticas, su melena de león y sus invariables trajes oscuros, se distinguía por que era un hombre ajeno a lo convencional. Los otros profesores del colegio lo miraban con recelo y desconfianza, como si fuera un bicho raro. Lo peor sucedió un día, cuando llegó a dictar su acostumbrada clase a sus alumnos. Estaba inspirado, y en un momento, dijo a sus alumnos: “Ahora no vamos a hacer clase como todos los días. Ahora les voy a enseñar algo muy peruano: les voy a enseñar a sembrar arroz con pato.” Naturalmente esta ocurrencia fue contada por los alumnos a sus padres, quienes al reunirse estuvieron de acuerdo en que ese profesor era un loco; y así lo comunicaron a las autoridades del colegio, las que inmediatamente dejaron sin trabajo al poeta.Sin oficio ni profesión, y aún sin dinero, el poeta vivía su vida con dignidad. No era tampoco un bohemio, pero le dolía mucho la miseria. Decidió entonces abandonar el país.
Tenía treinta años de edad cuando se marchó, de algún modo, hacia al destierro, al autoexilio. Llegó a París, a la que llamaría “la ciudad de lobos abrasados”, en 1923. En aquella ciudad sufrió mucho, aunque siempre haciendo lo posible para que el dolor no corrompiera su amor por el hombre. El “Cholo”, como se le conocía con cariño, era un modelo de vida humana. Hasta en las situaciones más angustiosas y desesperadas, mantenía un altura vial que lo hacía diferente. Y nunca se quejaba de nadie y por nada. Tenía la cualidad de sufrir en silencio, o sufrir para adentro. Por otro lado, era proverbial la pulcritud en su vestir, siempre con el cuerpo limpio y embozado en su traje negro: tal vez creía que la buena presencia y la limpieza no estaban reñidas con una persona que escribía poesía.
En España, la poesía de Vallejo era casi totalmente desconocida. Su nombre aparecía vinculado al movimiento llamado por sus propugnadores “creacionismo”, con Vicente Huidobro, Juan Larrea, Gerardo Diego…Este movimiento o tendencia, formuló, en un principio un enunciado poético claramente significativo: “la poesía -decía- es esencialmente traducible”. Principio en aparente oposición con la tendencia dela nuevamente radical poesía española que definían individualmente Pedro Salinas, Jorge Guillén, Garía Lorca, Dámaso Alonso, Rafael Alberti…Esta poesía renovadora era una reacción contra las tendencias romántica, naturalística y modernista de nuestra lírica. Esta poesía mantenía pura la línea becqueriana, persistente también en el dejo poético de Unamuno, pero sobre todo en Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. A esta poesía esencialmente lírica, fluente, renovadora, siguió un empeño más racional, más en cierto modo, constructivo.
La poesía de Vallejo es brutalmente dolorosa, como retorcida duramente por un sufrimiento animal que se deshace en un grito dolorido, casi salvaje. Y se proyecta o propaga por la palabra en puras relaciones imaginativas, desnudas del ropaje habitual metafórico, descarnadas así, secamente, como una sacudida eléctrica. Por su descoyuntado lenguaje, se trasmite, como por una red de cables acerados una vibración, un estremecimiento de máxima tensión poética: por ella se descarga a chispazos luminosos y ardientes el profundo sentido y sentimiento de una razón puramente humana. Por eso, a esta poesía auténtica, original, en el amplio sentido de la palabra, no se la puede considerar adscrita a ningún movimiento literario.Vallejo discrepó con los principios de las corrientes creacionistas, vanguardistas y surrealistas. Las consideraba expresión pasajera de los movimientos literarios de la época. Para él, la poesía tiene su lógica propia, como los astros, su pensar espiritual incorruptible. La poesía de Vallejo tiene una cualidad especial y única: sus palabras adquieren consistencia, a partir de un raciocinio puro, para adentrarse después en un sistema de relaciones imaginativas entre todas las cosas del universo; incluyéndose la interpretación de la propia Sangre Espiritual y el Cuerpo personal e intransferible. Esta incorporación poética es, por eso mismo, el significado de su universalidad.
Vallejo sentía un especial aprecio por España, y le causó sufrimiento la cruenta guerra civil que la desangró y ocasionó la muerte de sus mejores hijos. En uno de los poemas de su libro ”España, aparta de mí este caliz” (publicado después de su muerte), el poeta dice: “Niños del mundo, / si cae España -digo, es un decir-/ si cae / del cielo abajo su antebrazo que asen, / en cabestro, dos láminas terrestres; / niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! / ¡qué temprano en el sol lo que os decía! / ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!/ ¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno! / Niños del mundo, está / la madre España con su vientre a cuestas; / está nuestra maestra con sus férulas, / está madre y maestra, / cruz y madera, porque os dio la altura, / vértigo y división y suma, niños; / está con ella, padres procesales! / Si cae -digo, es un decir- si cae /España, de la tierra para abajo, /niños, ¡cómo vais a cesar de crecer! / ¡cómo va a castigar el año al mes! / cómo van a quedarse en diez los dientes, / en palote el diptongo, la medalla en llanto! / ¡Cómo va el corderillo a continuar / atado por la pata al gran tintero! / ¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto / hasta la letra en que nació la pena!…” En este libro, escrito en los tres meses finales del año 1937, asediado por la experiencia de la guerra, es donde Vallejo alcanza la visión utópica de un mundo perfecto, nacido del holocausto y martirio de la república española.
Vallejo escribió, además de poesía, relatos cortos y novelas. Su obra en prosa incluye el cuento Paco Yunque, de proverbial belleza literaria, y 3 novelas, una de ellas de título “El Tungsteno”, donde recoge las penurias de sus compatriotas peruanos que laboraban para una compañía de corte capitalista en condiciones de explotación e injusticia humana. El poeta, siempre en favor de los más débiles, de los menos favorecidos por la fortuna, de los pobres, se decantó por la ideología comunista. Creía, a su modo, en un mundo mejor. César Vallejo, falleció en 1938; como él mismo poetizara: “Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París -y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño./ Jueves será, porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto / a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, / con todo mi camino, a verme solo./ César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros, / la soledad, la lluvia, los caminos…(Piedra Negra sobre una Piedra Blanca)
Amables lectores, permítanme leerles la composición literaria que escribí el año 1992 en el Centenario del nacimiento de este magnífico poeta. Se titula “Vuelve César Vallejo” y dice así:
“Genio de Verbo pupilado / atisba implacable el Destino blasfemo / que arrastra al Hombre con su mediana trascendencia / hacia la infame suerte cerrada / por los broches mayores del silencio./ Polifemo del verso, metafísico / apoyado al Círculo de todos los caminos, / de codos, como un Cristo pensativo / píde a Dios por el Hombre. Santísimo poeta…/ Porque acusado el corazón, y luego, sentenciado / desde el fondo del Espíritu vuelves a la luz y espías las cruces del mundo consumado. / ¡Cholo Vallejo!, con admiración / vuelve a matizar los jueves redentores de París con los viernes lluviosos de Santiago de Chuco,/ pero siempre sincero con los hombres que lloran las culpas sangrientas del Bárbaro / contra el pobre inocente crucificado, / y además, hermano, solidario con los otros que sufren las penas de alma encadenada a sus congénitos pecados. / Canta César poético el profundo dolor humano, / dolor que quiebra al Hombre en niños, / y al niño rompe en pedacitos…/ Y rebélanos el verdadero rostro de la desdicha / aunque protesten los cráneos estrangulados / al tiro, descuadrado y enloquecido / de dos mil años descargados / en homenaje mayor de las propias tumbas./ Vuela, Vate de Cordillera, / invicto al sol, y a la eternidad de las montañas…/
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