ENRIQUE CONGRAINS MARTIN

EL NIÑO Y LAS BARRIADAS DE JUNTO A CONGRAINS

 

 

EL NIÑO Y LAS BARRIADAS DE JUNTO A CONGRAINS

 

 

Enrique Congrains Martin nació en Lima en 1932. Sus padres fueron Víctor Elías Congrains Agüero y Enriqueta Martin. Estudió en los colegios Antonio Raimondi, Inmaculada y Maristas de San Isidro. Desde muy joven, tras descubrir el alucinante mundo de la literatura, se preocupó por interpretar, con prosa corta y precisa, la realidad urbana limeña. Mostró incansable interés en desvelar la miseria moral en que vivía la sociedad conservadora del Perú de mediados del siglo XX. Como un acto de rebeldía contra ella, e influenciado por escritores con tendencia realista como John Steinbeck (premio Novel de literatura 1962) y Erskine Caldwell, aborda el mundo marginal de las barriadas donde sobreviven miles de personas emigradas de las provincias. Pincela un realismo social que conmueve y desgarra, el drama de la gente que mora en los cerros, covachas y arenales.

Su primera obra “Lima Hora Cero”, marca el nacimiento del realismo urbano en la literatura peruana. Con este libro de cuentos, publicado en 1954, Congrains inserta Lima en la narrativa  peruana, como lo harían con pueblos rurales Ciro Alegría y José María Argüedas. La monstruosa ciudad de un millón de cabezas que empieza a emerger con todos sus conflictos sociales, económicos y políticos que trae consigo la inevitable fusión de las culturas andina y costeña. En los años 50 ya existían pueblos jóvenes formados a partir de una toma de tierras  por los llamados “sin techo” en su mayoría gente venida del interior del país. La Lima de los 50 es el preludio de lo que será la  Lima de los años 60, 70 y 80, con otros tantos millones de personas que moran en Asentamientos Humanos formados por chabolas, carentes de servicios básicos para la subsistencia.

Congrains percibe, con fino olfato intelectual, esta cruda realidad y la interpreta de un modo magistral. En el cuento: “El Niño de Junto al Cielo”, pone su óptica en un niño, venido de Tarma con su familia, que anhela una vida mejor en la capital.  Esteban es el pequeño migrante que, contra el temor que le produce el nuevo entorno social,  sale de su modesta vivienda para conocer la capital, a la que intuye peligrosa, como si fuera un monstruo que engulle a la gente. Baja del cerro El Agustino por una ladera y, en el camino, junto a la carretera, se encuentra un billete de diez soles, lo que le ocasiona una alegría infinita. Guarda el billete en su bolsillo y retoma el paso por la calle. Mientras va hilvanando ideas sobre lo que hará con el bendito dinero, se distrae mirando a unos muchachos que jugaban a las canicas. Terminado el juego, uno de ellos se le acerca y le habla. Esteban queda fascinado por la labia  de este muchacho, casi de su edad, al que considera capaz de realizar grandes cosas. Y, como le cae bien Pedro, con el que parece congeniar y además le inspira confianza, le confiesa su hallazgo.

Pero Pedro, un palomilla cuidador de frutas que vive en el Mercado y ha aprendido a engañar a la gente y fugarse  sin dejar rastro, maquina la idea de aprovecharse del ingenuo serranito. Le dice a Esteban que él sabe como hacer para que su dinero crezca, y, prometiendo hacerle ganar mucho dinero, le convence para realizar juntos un gran negocio. Esteban vuelve a encontrarse más tarde con Pedro, y ambos cogen el tranvía, viajan de polizontes, hasta el centro de la ciudad. Luego entran a una tienda y Pedro insta a Esteban a que invierta sus diez soles en la compra de diez revistas. Adquirida la mercadería se dirigen a la Plaza San Martín, donde, con buen ánimo, pregonarán sus revistas mostrándolas a los transeúntes que por suerte las irán adquiriendo hasta agotarlas casi todas. Esteban está feliz, por el dinero ganado y además por la suerte de tener un amigo hábil para el comercio como Pedro. Aunque éste, pletórico Judas, decide consumar su  infame plan, antes del recuento del capital y la repartición de las ganancias obtenidas. Así, finge tener mucha hambre y convence a su socio para que vaya a comprarle algo de comer en un quiosco próximo a la Plaza.

La mente sana de Esteban no puede imaginar la estafa que le hará aquel que considera su amigo. El corazón le da un vuelco al volver y no encontrarlo en el punto donde lo había dejado. Lo buscará por las inmediaciones sin éxito. Pedro se había esfumado llevándose toda la plata, la revista que faltaba vender y su ganancia de socio capitalista que le había confiado. Angustiado y lloroso sufre el engaño de Pedro en el corazón de la ciudad, la bestia de un millón de Cabezas. Y, horas más tarde, ya resignado, decide volver a su barrio de Junto al Cielo.

El Barrio de Junto al Cielo podría ser cualquier barrio de Perú, con casitas  humildes encaramadas a los cerros adyacentes a las capitales de provincias, donde viven muchos niños como Esteban, que buscan ganar monedas para ayudar a sus padres en la manutención del hogar. Congrains visitaba estos barrios, de extramuros, para extraer de ahí sus personajes, para ambientarlos como frescos literarios con sus escenas paradójicas e inverosímiles. El escritor se sentía comprometido con el sector del pueblo que sufría miseria, y describía su penosa  realidad, con mano firme sin miedo ni vergüenza, y siempre desde su línea ideológica próxima a los emergentes movimientos de Izquierda.

Congrains, a diferencia de otros escritores provenientes de clases pudientes, se introdujo en el corazón de las barriadas, a la manera del misionero que se afana por educar e impartir cultura en un pueblo necesitado. Lo hizo sin egoísmos ni rencores. Era consciente de su papel como intelectual de avanzada, no podía o no debía desapercibir la abrumante realidad de la época. En una Lima donde aún se respiraba el aire neo-colonial, se valoraba y admiraba el linaje, el rango social, la opulencia de la elite oligárquica, y el pertenecer a la vanagloriada “crema y nata” de la sociedad, Congrains, ignorando todo esto, subió al cerro y, haciendo el mismo recorrido de Esteban, volvió a bajar, mirando al suelo, imaginándose, o quizá viendo en realidad, a un niño que se encuentra un billete en el suelo, y hacer, de esta sencilla aunque poco común escena, el inicio de un cuento de antología.

Haría lo mismo para escribir su primera novela que tendría como protagonista a una mujer. El escritor visitó las ciénagas, hundió sus zapatos en el arenal, se sumergió en el llamado cinturón de miseria que rodea la señorial ciudad. Lo hizo, con trepidante afán, para encontrar a su personaje, y para mostrar sus relatos editados con propio peculio a los pobladores interesados en leer su realidad en un libro, y porque, ahí el visionario veía el germen de la Nueva Lima, el bastión de un pueblo que se forja con el esfuerzo mancomunado de gentes con grandes valores humanos que anhelan erigir una sociedad más justa y democrática. Congrains encontró en el llano a Maruja, una mujer vigorosa que para ganarse la vida debe luchar, afirmar su protagonismo, desempeñando un papel similar al que desempeñan las mujeres dirigentes de los asentamientos humanos.

“No una sino muchas muertes”, publicado en Buenos Aires en 1957, y que tendría una adaptación cinematográfica, la película “Maruja en el Infierno”, dirigida por Francisco Lombardi. En el prólogo de la edición española (Planeta 1975) Vargas Llosa la considera una “novela salvaje”, que revela con desgarro la miseria humana en que conviven los marginados de la sociedad. Pero Congrains no piensa igual que su compatriota, no considera tan fuerte o chocante su obra, que simplemente muestra una realidad social que los representantes de la clase acomodada de la que proviene, los racistas y egoístas que sueñan con el pasado ostentoso de la sociedad aristocrática tratan de desconocer u ocultar y discriminan a los migrantes tildándolos de “cholada sucia” que ha venido a afear la hermosa ciudad virreinal.

Otro relato destacable publicado por Congrains es Kikuyo (1955). En 1970 editó una antología del Cuento Hispanoamericano en la que aparece su cuento: “Domingo en jaula de esteras” En 1971 editó un libro de biografías de científicos y filósofos y luego un manual titulado: “Así se desarrolla la inteligencia”.

El escritor residió en diversos países, entre ellos Argentina y Venezuela. Finalmente se exilió en Bolivia, donde se ganaba la vida como editor de libros. Reapareció en el panorama literario el año 2006 con tres libros: “Gallinita Portahuevos”, “El Narrador de Historias” (dedicado a Vargas Llosa) y “999 palabras para el planeta tierra”. Inició una nueva etapa en su carrera literaria, con mundos y personajes irreales y fantásticos, denotando ya un distanciamiento del realismo urbano

Enrique Congrains, reconocido como un clásico de las letras peruanas, falleció en Cochabamba (Bolivia) el 6 de Julio del 2009. Su obra es trascendental en el proceso de desarrollo de la literatura con temática urbana, señala un camino a seguir a muchos otros escritores. Y él, junto a Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta y Manuel Scorza, es uno de los escritores más representativos de su generación, la de los años 50, que con su influencia renovó la narrativa peruana.

 

Jorge Varas

Barcelona, 18 mayo 2013