Jacinto Benavente nació en 1866, en Madrid. Hijo de una familia acomodada: su padre era un
prestigioso médico; y, desde niño tuvo todas las facilidades que le proporcionaba el pertenecer
a una familia con estabilidad económica. Recibió una educación adecuada, que se tradujo en el
pronto conocimiento de las lenguas francesas e inglesas, circunstancia que le permitió conocer
desde temprana edad la literatura europea de la época.
Los comienzos de Jacinto en el mundo literario son fáciles en todo sentido. No tiene que
afrontar esa áspera lucha por la subsistencia -que sí la tienen, durante toda su vida, Valle
Inclán, Rubén Darío y otros escritores de reconocida fama-, y su figura atildada contrasta
siempre con las vitolas caprichosas y a menudo desaliñadas de sus contemporáneos afines en
la profesión. Su posición económica desahogada le permitía realizar frecuentes viajes por
Europa, para ampliar su cultura y respirar el aire refrescante de las corrientes literarias más de
moda en el continente.
Benavente llega pues al teatro con una sólida formación literaria. Sabe muy bien lo que quiere y
lo que puede hacer. En la gestación de sus piezas teatrales apenas se adivina lucha interior
alguna. Todo parece fácil en su teatro y con una agilidad que lo caracteriza. En cuanto a la
técnica: se aprecia, con nitidez, un aire de modernidad en su teatro. En fin, domina a la
perfección la carpintería teatral, y es hábil manejando los diálogos. Benavente escribe sus
“Cartas de mujeres”, de intención crítica, en las que ya aparece el autor ingenioso y agudo, que
llegará a imponerse en la escena. Aunque, antes tendrá que lidiar con un teatro de anacrónico
corte decimonónico cuyo altisonante talante fatigaba ya sobremanera al público.
Con su teatro consigue reanimar, cual una corriente de aire fresco, el agobiante clima de
adulterios y gestos calderonianos que caracteriza el teatro de don José Echegaray. El nobel
autor llega bien preparado; tras sus excursiones por Europa y su familiaridad con el teatro que
entonces se estila en Londres, en París o en Bruselas, viene a oxigenar el teatro español de la
época. La ironía, mordacidad y gracia de Benavente son totalmente escépticas. Resulta difícil
deducir de su obra un programa moral, político o social. Es cambiante, impresionable por las
novedades de última hora, y su preocupación más coherente reside en satirizar la
superficialidad e hipocresía de la aristocracia y alta burguesía. Quizás hoy en día, su teatro
resulte empalagoso, con olor a gabinete íntimo, donde damas y caballeros ociosos charlan sin
cesar sobre el amor, los celos, el bien, el mal, los hijos y el adulterio. Defectos, quizás, de
untuosidad chismorrera, que no se debe imputar al autor, como sí a su época, impregnada por
los ecos de una vieja sociedad aristocratizante.
Benavente compone el teatro que el público necesita; el que está de acuerdo con sus gustos y
preocupaciones. En su olfato social, radica tal vez la indudable eficacia que obtendrán sus
piezas teatrales, a lo largo de treinta años del siglo XX. Es más astuto que Valle Inclán -un
genio moderado- y por eso logra, en vida, gozar largamente del triunfo, pese a que su obra
parece inferior a la del barbudo autor de los “Esperpentos”. El año 1894, Benavente estrena “El
nido Ajeno”; comedia donde hace derroche de su dominio de la técnica teatral, y destaca por su
habilidad en el manejo del diálogo: ágil y lleno de ingenio. No hay frases de relumbrón, sino
matizadas sugerencias. Esta obra no significa todavía su triunfo como dramaturgo, pero
tampoco constituye, ni mucho menos, un fracaso; sobre todo teniendo en cuenta la audacia
que, a finales del siglo XIX, entraña escribir una obra de teatro no sólo al margen, sino en
contra de los cánones de oropelesca grandiosidad que caracteriza el teatro español de la
época.
En 1896, Benavente estrena “Gente conocida”, obra donde define claramente el perfil artístico
de su teatro. Lleva a la escena la noticia de actualidad, el comentario en boga, las notas de
sociedad. Todo un mundo superficial, ciertamente, pero que gusta e interesa al público. El autor baraja hábilmente un acontecimiento trivial y endosa a lo largo de la obra comentarios -muy
ingeniosos- sobre temas morales, sociales, políticos; en “Gente Conocida” hace una ágil y
mordaz crónica de la sociedad.
En los años posteriores: 1898, 1901 y 1903, Benavente estrena “La comida de las fieras”, “Lo
cursi”, y ”La Noche del Sábado”. Esta última obra representa para él su consagración teatral. La
pieza es de un indudable estilo modernista. Constituye, en rigor, el primer triunfo grande el
modernismo en España. El público la acoge con general beneplácito, y Jacinto Benavente es
consagrado por la crítica como el primer dramaturgo español del momento. En 1905 estrena
”Rosas de Otoño”, que nada fundamental añade a su teatro, aunque ya goza de prestigio y lo
hace mantenerse en su camino teatral bordeado por el triunfo.
En 1907, Benavente estrena “Los intereses creados”, la obra que junto con “La Malquerida” –
pieza que se aparta un tanto de la tónica predominante en su teatro- cimentará en España y en
el extranjero su fama de dramaturgo. Tras su estreno en Madrid, la obra se presentará en toda
España y pronto dará el salto sobre el Atlántico para estrenarse triunfalmente en los principales
teatros de Hispanoamérica. La acción de “Los intereses creados”, situada por el autor en pleno
siglo XVII, parte de un argumento que solapadamente critica los defectos de la sociedad
española.
Los dos protagonistas centrales de la obra: Leandro y Crispín, son presentados como amo y
criado. Leandro es un hombre romántico y abúlico; y Crispín representa el tipo de criado astuto
y gracioso del teatro clásico español. Leandro y su criado, huyendo de sus acreedores, llegan a
una ciudad imaginaria. Crispín intenta reanimar a su amo. Pero éste, indolente por
temperamento, se siente profundamente pesimista y teme el futuro. El criado pone en juego su
fértil ingenio para salir de la crítica situación económica en que se encuentran ambos. Le
propone a su amo que se haga pasar por un caballero de alto rango, llegado a la ciudad para
solventar altos negocios. El plan de Crispín empieza dando sus frutos; el criado, que
parlamenta largamente con Leandro, interpreta la intención del autor de la obra de poner al
desnudo, los defectos de conformación de una sociedad que desvirtúa los valores intrínsecos
del ser humano, sustituyéndolos, en la vida cotidiana, por falsos valores de superficie. En la
siguiente escena Leandro se enamora de Silvia, hija de Polichinela, un nuevo rico cuya historia
deja, al parecer, mucho que desear por lo que respecta a su moral y a los medios que utilizó
para enriquecerse. Una serie de personajes se prestan, inducidos por un inconfesable deseo de
lucro, a favorecer a Leandro. Incluso Sirena, una especie de Celestina dela época, propicia los
amores de Leandro con Silvia. Otro personaje, Pantalón, les presta dinero a Leandro y a
Crispín para hacer frente a los gastos mientras no llegan sus equipajes. El dueño de la posada
los aloja en las mejores habitaciones, sin exigirles el pago por adelantado…Pero resulta que
Polichinela, hombre muy encariñado con el dinero, ambiciona casar a su hija con un rico
comerciante. Por lo tanto, se opone rotundamente a que Silvia se case con Leandro. Suceden
una serie de vicisitudes, tras las cuales se descubre por fin la verdadera situación de amo y
criado. Entonces toda la ciudad se les echa encima. Todos están furiosos por haber sido
engañados y más aún defraudados en sus secretas previsiones. Es entonces cuando a Crispín
se le ocurre una idea genial: convence a los acreedores que el hundimiento de Leandro no sólo
no le beneficiará en nada, sino que les perjudicará en sus intereses, ya que no podrá pagar
nunca a ninguno de ellos. Por su parte, a Polichinela tampoco le interesa que Crispín, que ya
se había enterado de su turbio pasado, pregone a los cuatro vientos el origen espúrico de su
riqueza…Hay pues, una serie de intereses creados que es preciso defender contra viento y
marea por todos. Conclusión: que a todo el mundo le interesa que Leandro se case con
Silvia. “Los intereses creados”, como comedia teatral, satiriza las costumbres de una sociedad
burguesa; a la que todo el público contemporáneo del estreno reconoce como suya propia. Al
parecer, a los burgueses les seduce, morbosamente, verse satirizados, denunciados, atacados,
no importa de qué modo, siempre y cuando esto no ocurra naturalmente, más que en un
escenario; es decir que las cosas sucedan sólo en forma de teatro.
En 1908, Benavente estrena “Señora Ama”, obra en que toca, como fondo argumental, el
sentimiento del amor de madre. En 1909,estrena “El príncipe que todo lo aprendió en los libros”, y en 1913, “La Malquerida”, su única obra en que la pasión, lo elemental destierra a un
segundo plano el arabesco del diálogo y las florituras de superficie. El tema, de ambiente rural,
tiene fuerza humana. “La Malquerida” posiblemente la mejor obra de Benavente, por la calidad
y el enfoque humano con que la concibe.
En 1916, da a conocer “La ciudad alegre y confiada”, que viene a ser una segunda parte de los
“intereses creados”. En 1919, estrena en público “Y va de cuento”. El año 1916, la Real
Academia Española, que ya lo había acogido en su docto seno, lo nombra Académico de honor.
Y en 1922, la Academia sueca le otorga el galardón del Premio Nóbel de Literatura,
convirtiéndolo en uno de los escritores españoles más conocidos en el extranjero por aquella
época.
En los años siguientes, sin embargo, el ilustre autor poco va a añadir a su gloria como tal. Su
talento creador está agotado y no produce más que obras sin el menor relieve, entre ellas:
“Almas prisioneras”, “El alfiler en la boca” y “El marido de Bronce”. Jacinto Benavente murió en
1954, dejando una obra literaria rica en su conjunto; la que está situada en el contexto de su
época. Sólo así se comprende que hubiese alcanzado el enorme éxito que alcanzó. Es preciso
reconocerle a Benavente, figura estelar del teatro español, el enorme mérito de haber renovado
el retórico teatro del siglo XIX español.