Por el camino de Proust
Por el camino de Proust
Marcel Proust nació en Paris en 1871, hijo de Adrien Proust, médico especialista en epidemiología, y de Jeanne Clemente Weil. Estudió en el colegio Condorcet, donde empezó a sentir inquietud por las letras. A temprana edad se le declaró la enfermedad del asma, aunque su debilidad física nunca mermó el afán que tenía de cultivar su intelecto para poder desarrollar su vocación literaria desde ya facilitada por su espíritu reflexivo y carácter nostálgico.
A los 18 años, por propia iniciativa, se enroló en el Ejército y cumplió con el servicio militar. Al licenciarse, buscó ocupaciones estables sin éxito, hasta que cogió un empleo voluntario, sin remuneración, en la biblioteca Mazarine. Pero el oficio de bibliotecario no le permitía dar rienda suelta a sus inquietudes y pronto lo abandonó para dedicarse exclusivamente al de escritor.
Empezó una etapa de vida disipada, llena de placeres, frecuentó salones con gente de la alta burguesía francesa, donde conoció a Montesquiu, Anatole France, Daudet, Dumas hijo y otros poetas, escritores e intelectuales que durante las reuniones sacaban a relucir su vasta sapiencia. Para Marcel fue una época de aprendizaje, después de todo, que contribuyó a afianzar su vocación literaria.
En 1896 publicó, con su propio dinero, “Los placeres y los días”, una serie de relatos y ensayos prologados por Anatole France. Ese mismo año empezó a trabajar en una novela –que se editaría en forma póstuma con el título de Jean Santeuil– y en las traducciones al francés de la “Biblia de Amiens” y “Sésamo y los lirios” del esteta inglés John Ruskin. Escribió también para el periódico Le Figaro parodias a célebres escritores como Sain-Simon, Balzac, Flaubert, y Sainte-Beuve.
La muerte de su madre, por la que sentía infinito apego y cariño, lo sumió en la depresión psicológica. Se aisló de todos, su claustro fue el departamento 102 del Boulevard Asuman, en París, cuyas ventanas mandó recubrir con cortinas y las paredes insonorizar para que no le llegasen las imágenes ni los ruidos del exterior. Recluido en la oscuridad y el silencio empezó a redactar lo que sería su obra maestra: “En Busca del Tiempo perdido”.
En ella Proust reconstruye su propia existencia. Rebusca en el pasado, con prosa fértil en descripciones instantáneas, como una máquina fotográfica que va captando imágenes que permanecen guardadas, como puntos inexpugnables, en la memoria y las revela de forma nítida y con un trasfondo tierno y nostálgico. Sorbiendo una taza de té, en estado de relajación y casi ensoñación, el protagonista es capaz de perderse por los intrincados laberintos del recuerdo y captar al vuelo, como a una estrella fugaz que cruza el firmamento, las figuras casi oníricas que tomarán cuerpo en el papel cuando el alma y la mente se llenen de fuerza y luz suficiente para crear.
Proust sabe que no se escribe una novela en medio del ruido mundanal, sino al calor el recogimiento, cuando el cuerpo en reposo deja que la imaginación vuele a sus anchas por todos los espacios, unas veces amparándose en la realidad y otras en la fantasía. Es un estado de ensimismamiento, alterado solo por las necesidades biológicas, con la atención fija en lo que está gestando. Por eso trabajaba duro, durante las noches, en horas propicias para percibir a plenitud el sentido del recuerdo, para adentrarse en su memoria involuntaria y extraer pulidos retazos de épocas pasadas y confeccionar con ellos cuadros de literatura.
El tiempo es el gran protagonista de esta novela, donde los recuerdos y las vivencias se entretejen o acometen de improviso, unidos a sensaciones y sentimientos, con la presencia constante del yo narrador, que toca temas como el amor, los celos, el olvido, el sueño, el lenguaje. En Combray, con sus lánguidas callecitas empedradas y su iglesia medieval que de lejos representaba la ciudad, refluía la luz proyectada por una especie de linterna mágica, que reverberaba de su alcoba, donde todos los días se convertía en punto fijo y doloroso de sus preocupaciones, la reminiscencia relativizada en diversos planos concéntricos, entre objetos y tiempos, desde el espectro de Golo que a todo galope avanza hacia el recortado castillo de Genoveva de Bramante, de la casa de dos pisos, que frecuenta con sus padres en temporadas de Pascua, perfumada por mil aromas de provincia, interconectados por una delgada escalera, el escenario comparado con la casa de su tía, en Iliers, que solía monologar a escondidas de su criada Francisca, y a veces distraerse con Eulalia, la chica minusválida que con alma clerical visitaba a los enfermos de Combray.
La descripción pictórica de los apuros y pasatiempos de sus abuelos, del tío Adolfo, del inconfesable amor que siente por Gilberta, la hija del señor Swann un vecino que frecuentaba salones de la alta burguesía, celoso de la belleza de su mujer Odette, y al que solo se le reconocía por la voz. Y el instante mágico en que saboreando un té con una deliciosa magdalena, ve emanar la luz de algún punto inexorable de su memoria. Y, supone que cuando todo se consuma, cuando la realidad deja de ser tal, el olor y el sabor subsisten, sobre los escombros de la realidad, soportan las estructuras de las gigantescas torres del recuerdo.
Proust evoca del pasado sentimientos presentes en su alma; describe, con interminables frases, escenas tiernas y divertidas, con personajes irrisorios, y, con genial sutileza, convierte el tiempo objetivo en subjetivo. Es el instante en que el Yo, convertido en esponja, absorbe la realidad vivida y la vierte sobre el papel para dar su peculiar visión del mundo, la introspección del narrador alcanza su máxima expresión, y con sencillas remembranzas es capaz de reordenar la vida humana y sugerirnos que el sufrimiento, el amor y la generosidad son buenos porque nos hace ser mejores y a la vez nos permiten conocer mejor a los demás.
"En busca del Tiempo Perdido"fue publicada entre 1913 y 1927. La primera parte se tituló “Por el camino de Swann” (1913). El segundo tomo titulado “A la sombra de las muchachas en flor” (1919), recibió elogios de la crítica y con ella obtuvo el premio Goncourt. Entre 1921 y 1923 se publicaron “El mundo de Guermantes I y II” y “Sodoma y Gomorra”. El resto de volúmenes del gran proyecto literario, entre los que se cuentan “La Prisionera”, “La Fugitiva”, “El tiempo recobrado”, se editaron de forma póstuma. También escribió Crónicas” (1927) y un cuento: “La Pescadora”
Marcel Proust falleció a los 51 años, a causa de una bronquitis. Pero su entrañable novela subiste en el tiempo, y, como diría el propio autor: “el lector puede entrar y salir de ella por el lugar de la memoria que le apetezca”. “En busca del tiempo perdido” constituye una verdadera joya de la literatura contemporánea.
Jorge Varas
Barcelona, 1 de Marzo de 2013