DE AMBULANTE A REGIDOR
DE AMBULANTE A REGIDOR
La bonanza comercial y la estabilidad familiar, sin embargo, no le detraían de su ambición de convertirse en dirigente político. Su tiempo distribuido entre la familia, la venta de zapatos y su labor de dirigente de ambulantes no le impedía asistir a las reuniones de los No-partidarizados, grupo de Izquierda creado con fines electorales. En cierta ocasión, participando en una de esas instructivas conferencias que daban ilustres personalidades invitadas al local de esta facción política, estableció contacto con el doctor Barrantes, dirigente de izquierdas que se perfilaba ya como candidato a la alcaldía de Lima. Amaru vino a ganarse la amistad y simpatía del doctor, cuando le confesó que dirigía a más de cien mil vendedores ambulantes. Sin perder el tema de la conversación, al concluir la sesión en el Partido, ambos salieron a la calle y decidieron buscar un lugar adecuado para seguir charlando sin interrupciones. Se metieron en un bar del jirón Rufino Torrico, que a pesar de la hora avanzada de la noche se hallaba abierto al público.
El doctor, con voz pausada, le aconsejaba que buscara el modo de ganarse la confianza de los vendedores ambulantes valiéndose de su palabra y de su acción como dirigente. Y cuando lo hubiera conseguido, entonces debería aprovechar para pedirles que apoyaran su candidatura al cargo de regidor municipal dentro de la lista que él, ducho en el arte de la política, iba a confeccionar y presentar en los próximos escrutinios municipales. “Tú has sido o eres vendedor ambulante –le dijo–. Conoces la realidad de este sector, sabes qué cosas necesitan los pequeños comerciantes. Recoge pues sus propuestas, hazles entender que la solución a su demanda social no sólo se da a través de marchas de protesta hacia la alcaldía que también se consigue por la vía política, ocupando cargos de responsabilidad en la propia alcaldía. Hazles comprender que desde la administración pública local la problemática social de los vendedores ambulantes está arreglada.”
Sabía que Barrantes, nacido en la provincia de Cajamarca, abogado de profesión y dueño de una labia admirable, se dedicaba a la política desde su juventud y que uno de sus méritos había sido unir a los partidos de izquierda. A sus cincuenta años gozaba de prestigio en el mundo político; aunque solterón empedernido gustaba obsequiar cortesías a las artistas despampanantes de la farándula limeña; decía ser un seguidor acérrimo de las ideas de Mariátegui, lo que no le impedía ser fanático del buen vino, de los toros y la ópera española. De carácter afable y comunicativo, a veces pecaba de fanfarrón. Todos los conocían por el mote de “Frejolito”, debido a su pequeña estatura. Conocido hombre de enlace de los partidos de izquierda durante las elecciones presidenciales del año 1980, en las que finalmente había fracasado como candidato a la presidencia de este Frente político. Pero ahora estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para ganarse la alcaldía de Lima Metropolitana.
Al ver que “Frejolito”, picado por la cerveza, se aletargaba en su asiento, Amaru dio por concluida la charla y le ayudó a ponerse de pie. Cogiéndole del brazo, para que mantuviera el equilibrio, lo sacó de la cantina. Avanzó con él hasta la esquina del jirón, donde tras pesada espera consiguió parar un taxi y recostar el pequeño cuerpo del adormilado doctor en el asiento posterior del vehículo. Rato después, con la ayuda de la asistenta del doctor, lo dejó descansando en el interior de su residencia. Luego, Amaru tuvo que coger otro taxi para volver a su domicilio.
Ñusta le pegó un sonoro regaño cuando lo vio llegar a casa pasadas las dos de la madrugada. Amaru se disculpó con ella, dándole un beso cariñoso en la frente. Pasado el temporal, en vez irse a la cama, se sentó en la mesa del comedor dispuesto a trazar las líneas maestras de su plan de acción
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Amaru ostentaba el cargo de vicepresidente de la Federación de Trabajadores Ambulantes de Lima y Callao. Con esta responsabilidad, y sin descuidar su apoyo a los compañeros de junta, cumplía un rol de visitas a las numerosas asociaciones que conformaban la base de esta entidad gremial para recoger las propuestas de los trabajadores. Con este cometido, y siempre fiel a los consejos políticos del doctor Barrantes, realizaba una labor de búsqueda de votos favorables a su campaña electoral. Así, por todos los lugares donde iba, repartía folletos y volantes preparados de antemano, sustentando sus escritos, cuando se le presentaba la ocasión, con una verborrea de político.
Sugestionaba a sus oyentes, con el argumento de que él tenía la varita mágica para solucionar la problemática del comercio ambulante. “¡No les miento compañeros –decía en voz alta– ¡Yo tengo un programa de acción básico que redundará en beneficio de todos los trabajadores!” Este discurso, copiado de su maestro político, repetía con énfasis a los pequeños comerciantes de las paraditas y los mercadillos itinerantes que solía recorrer a diario.
Otras veces, en su respetable condición de candidato municipal, irrumpía en los locales donde los vendedores ambulantes estaban celebrando sus aniversarios de fundación, fiestas religiosas o actividades culturales, y les lanzaba una lluvia de impresos con su foto y la del doctor “Frejolito” impresas en ellas. Y, cuando veía que le miraban con buenos ojos, aprovechaba la ocasión para bailarse un huaylas, al estilo de su pueblo, con la más bonita de la fiesta. Su confianza en el triunfo electoral era total, y así lo trasmitía su persona a quienes lo veían y escuchaban.
Merced a su incansable actividad en pro de su candidatura, consiguió ganarse las preferencias electorales de un sector de trabajadores ambulantes. Y, como fruto de ello, a la hora de los escrutinios, los miles de votos contados a su favor, lo catapultaron, junto a su compadre político, al órgano municipal más importante de Lima.
Amaru celebró su triunfo, con banquete de comida china y una borrachera inolvidable, en la casa del insigne doctor Barrantes. Seguidamente, renunció a su cargo directivo en la Federación para encabezar, en calidad de regidor, nada menos que la Dirección General de Comercio Ambulatorio de Lima Metropolitana. Esta real investidura, sin embargo, desde un principio se le presentó difícil. Justamente, porque una de sus mayores responsabilidades era mantener el orden en las céntricas arterias limeñas, es decir él era el encargado de reubicar o reordenar a los comerciantes cuyos quioscos sobrepasaban las veredas y llegaban hasta las pistas de las avenidas congestionando así el tránsito de peatones y vehículos,
Con este fin, hacía de tripas corazón y encaraba a los grupos dispersos y no organizados de vendedores ambulantes, que en Lima Cuadrada se contaban por cientos, siempre escudándose en una manada de policías municipales. Empleando su poder coactivo los inducía a que recortasen los límites de sus paradas. El ex-vendedor ambulante de chocolates, manzanas y zapatos, que durante años había sentido en carne propia la dureza del trabajo en la calle para ganarse el sustento, sin acordarse de esto, pretendía quitar unos centímetros de área de trabajo precisamente a los comerciantes que le habían dado sus votos para que gozara de su actual cargo público.
Como buena autoridad que era, y dejando a un lado el sentimentalismo, debía imponer la ley municipal a los rebeldes. A la fuerza, si fuera preciso, haría recortar sus quioscos desalineados, tanto por delante como por detrás; y si aún así todavía los vendedores callejeros no quisieran acatar sus órdenes los haría poner en filas disciplinadas al borde de las aceras y ordenaría a sus agentes que los comprimieran contra las paredes de los edificios; lo importante era que ellos mantuvieran las distancias necesarias en la calzada y no obstaculizaran el tráfico vial. Amaru estaba decidido a terminar con la anarquía de esta gente que no hacía más que causarle dolores de cabeza.
Mas, a cada intento de aplicación de su política municipal, lo único que conseguía era la animadversión de los pequeños comerciantes, hasta el punto que éstos cuando le veían aparecerse por el mercadillo, le recibían con pifias estruendosas y una lluvia de chirimoyas y berenjenas podridas. Su figura política empezó a quemarse a nivel local. Para colmo, sus ex-compañeros de la Federación de trabajadores ambulantes le llamaron la atención porque varios de sus afiliados habían sido afectados por sus duras medidas municipales.
Amaru optó por hacerse un examen de conciencia, y sintiéndose culpable de haber hecho daño a sus compañeros, renunció a sus pretensiones anteriores y centró su atención en el diseño de leyes y ordenanzas municipales a favor de los trabajadores ambulantes. Así, y con la participación directa de reconocidos dirigentes de gremios de ambulantes, elaboró y aprobó su proyecto denominado Reglamento Metropolitano de Comercio Ambulatorio, que el Concejo Provincial de Lima hizo público al poco tiempo.
Una de las disposiciones dictadas por la regiduría de Amaru, que luego serían muy cuestionadas por diversos grupos de trabajadores ambulantes era la Ordenanza número 002, en cuyo título cuarto, disposición complementaria segunda decía textualmente: “Créase el Fondo Municipal de Asistencia al Trabajador Ambulante, en siglas: FOMA, como un organismo descentralizado y orientado al desarrollo de proyectos de carácter comercial, productivo, de asistencia social y salud al trabajador ambulante; el FOMA se constituirá con el 50% de los importes que los trabajadores ambulantes abonasen a la Municipalidad por los conceptos señalados en la presente ordenanza, entre éstos, el pago por derecho de ocupación de la vía pública.” Y además, el texto dictaminaba que cada Municipalidad debía reglamentar el FOMA correspondiente a su jurisdicción.
En Lima Cercado, sin embargo, la aplicación de esta ordenanza municipal, que de algún modo favorecía al comercio ambulante, vino a hallar obstáculo en la postura radical de aquellos vendedores callejeros ligados a la siempre reacia Central de Ambulantes. Ellos no querían saber nada del referido Fondo Municipal; decían que era una pantomima montada por el Concejo Provincial en contubernio con los dirigentes de la Federación de Trabajadores Ambulantes a los que consideraban sus eternos rivales,
Aún así, y con el concurso de algunos entusiastas trabajadores ambulantes, el regidor municipal posibilitó el nacimiento del FOMA-Lima Cercado en una pequeña oficina ubicada en el segundo piso del Mercado Central cuyo alquiler se pagaba con los propios recursos de este organismo. Allí se reunían los miembros de la junta de administración, a mirarse las caras preocupadas y a rezar por la no extinción del ente que parecía haber nacido muerto. Sólo se animaban cuando algunos comerciantes subían a preguntarles por los beneficios sociales que podría brindarles este Fondo Municipal.
En realidad, el FOMA tenía poco éxito en el distrito de Lima cercado, y en cambio en algunos distritos del área metropolitana este organismo, cuya naturaleza jurídica era mitad pública y mitad privada, sí gozaba de aceptación entre los trabajadores ambulantes. Algún periódico local había publicado incluso un artículo destacando el despegue del FOMA en el distrito de San Martín de Porres, donde sus responsables habían llegado a crear la Casa de la Salud del Trabajador Ambulante con el propósito de combatir las enfermedades y males corporales que afectaban a muchos comerciantes.
Esta buena noticia animó al regidor que de buenas a primeras influyó entre los responsables del FOMA-Lima Cercado para la creación de una Casa de la Salud del Trabajador Ambulante en el área central de Lima. Este ambulatorio, sin embargo, no llegó a ser más que un espacio arrinconado en aquella minúscula oficina, donde un estudiante de medicina valiéndose de un irrisorio material médico, realizaba consultas, labor de primeros auxilios, aplicación de vacunas a los niños contra el sarampión y la viruela, y además entrega racionada de medicamentos a los trabajadores ambulantes afectados por imprevistas enfermedades.
La Casa de la Salud de Lima Cercado, a pesar de constituir un dispensario vital para el conglomerado de trabajadores ambulantes del anillo central limeño, contra todo pronóstico, cerró sus puertas a los pocos meses de haber empezado a funcionar. Las causas que motivaron el cierre fueron la falta de dinero para subvencionar su funcionamiento y la ausencia de un Acuerdo Sectorial favorable a los trabajadores entre los líderes de los gremios anclados en esta zona.
El Fondo Municipal fracasó también cuando aquellos que decían pertenecer a la insidiosa Central de Ambulantes, desconocieron el tributo municipal por la ocupación de la vía pública y se negaron a pagarlo a los recaudadores, que habían sido contratados por los regidores municipales en mutuo acuerdo con los dirigentes de ambulantes que integraban el FOMA. Aquella gente siempre contraria a todo, decía que no quería contribuir con su dinero a llenar las arcas corruptas de los aliados Consejo Provincial y Federación de Trabajadores Ambulantes de Lima y Callao.
Amaru Huamaní, sin amilanarse ante la derrota y amparándose en la rebatida Ordenanza 002, impulsó la creación de la Comisión Técnica Mixta dentro del Municipio Provincial. Esta Comisión quedó constituida por tres regidores municipales y tres representantes de las organizaciones de trabajadores ambulantes. Pero, no obstante el interés sobre el tema que mostraban los munícipes, las sesiones de trabajo de esta Comisión tampoco pasaron de ser unas tertulias semanales de amigos, en las que, entre tazas de café con leche, dulces, cajetillas de cigarros y soltando risotadas por algún chiste colorado, ellos analizaban de modo muy superficial la problemática del Comercio Ambulante. Pronto, debido a su ineficacia, la Comisión fue disuelta y dejó de prestar su servicio a este sector de la sociedad.
Ante el nuevo fracaso, el activo concejal pensó que era preferible no complicarse más la vida y decidió centrar su atención en otros temas. Así, se dedicó a resolver las rencillas y escaramuzas que surgían a diario entre los vendedores callejeros por la posesión de un metro cuadrado de vereda. Se preocupó también por frenar los decomisos de mercadería que efectuaba la policía municipal a los pequeños comerciantes y por disminuir el precio de los carnés de sanidad que se habían elevado hasta las nubes, entre otras tareas relacionadas con su despacho de regidor municipal.
Personalmente, por su aventajada condición de autoridad reconocida por la administración pública, logrado gracias al trampolín de la política, gozaba de un sueldo mensual que le permitía vivir tranquilo con su familia. Tenía vacaciones y dos pagas extras al año, además de otros beneficios. Estaba afiliado a la Seguridad Social; es decir, el propio Estado le pagaba un seguro que a la postre le serviría para jubilarse. Ahora podía ser atendido en los hospitales públicos, y además con la sola presentación de su cartilla gozaba de descuentos en la compra de medicamentos. En suma, a pesar de que su figura pública estaba muy deteriorada, no dejaba de reconocer que él y su familia habían alcanzado un nivel de vida perteneciente a la clase media. Lejos quedaba ya la vida dura y azarosa que había experimentado cuando era un mercader ambulante.
Como sus recursos económicos se lo permitían decidió hacer cambios en su vivienda de alquiler. Así, y sin pedir permiso al propietario, contrató albañiles e hizo construir en el piso un cuarto de baño instalando en éste dos grifos, uno para el agua caliente y el otro para el agua fría, una ducha móvil y graduable, un ancho water de mármol y un bidel para que su familia tuviera comodidad y placer durante el aseo y a la hora de hacer sus necesidades. Igualmente, mandó poner puertas y ventanas nuevas a toda la casa, y reemplazó los viejos artefactos domésticos por otros modelos más sofisticados y con sistemas de mando a distancia.
Además, pensando en su hija, mandó instalar una biblioteca, cuyas estanterías se llenarían pronto con los gruesos diccionarios de Contabilidad y Administración de empresas, los textos de Ingeniería de Costos y Finanzas, los premios Nóbel de Economía y otros libros que Amaru iba comprando al paso. Pensaba que su niña, obediente y estudiosa, debía tener a la mano libros relacionados con las Ciencias Empresariales, para que los leyera y así pudiera alcanzar una elevada cultura empresarial, requisito que él consideraba indispensable para todo aquel que pretendiera convertirse en empresario próspero.
La única que ponía objeciones a tales inversiones era su mujer, que le decía: “En vez de malgastar el dinero en la reforma de un piso que nunca será tuyo deberías comprarte una casa o al menos un terreno en una urbanización” Ella tampoco estaba de acuerdo con la instalación del brilloso bidel con agua caliente en el baño porque le parecía un lujo innecesario para ellos, y que por otra parte una multitud de libros sobre temas Empresariales destinados a una niña de ocho años le parecía una exageración. Amaru, sin perder el sentido del humor, le respondió a su mujer:
–Se me antoja tener comodidades en casa, cariño, ya que antes no las hemos tenido. Y, tener la mejor biblioteca para nuestra hija que es inteligente y saca altas calificaciones en la escuela.
–La reserva de dinero para el futuro es mucho más importante que los excesivos gastos caseros en los que estás incurriendo –dijo Ñusta.
Con rostro serio, ella le hizo recordar que su cargo municipal no era estable, que pronto habría nuevas elecciones y que irremediablemente tendría que dejar su lugar a otra persona “Ahora deberías guardar dinero para proteger a tu familia de la época de las vacas flacas”, le repitió el sermón. Amaru no quiso discutir con su consorte sobre el tema y se hizo el desentendido. Luego, para animarla, se le acercó, meloso y juguetón: "No se preocupe señora regidora. Todo irá bien"