UN DISTRITO PARA TODOS
Siempre habíamos creído que nuestra comunidad estaba enclavada en el distrito de San Martín de Porres. Pero, tras la partición de éste en dos distritos, nos quedamos en el aire, es decir marginados de toda jurisdicción. Esta situación encendió los ánimos de los vecinos que nos reunimos en asamblea para deliberar sobre el tema. Flor de María, en calidad de dirigente mayor, dijo:
UN DISTRITO PARA TODOS
Siempre habíamos creído que nuestra comunidad estaba enclavada en el distrito de San Martín de Porres. Pero, tras la partición de éste en dos distritos, nos quedamos en el aire, es decir marginados de toda jurisdicción. Esta situación encendió los ánimos de los vecinos que nos reunimos en asamblea para deliberar sobre el tema. Flor de María, en calidad de dirigente mayor, dijo:
– ¡Los alcaldes de San Martín de Porres y Los Olivos nos dan la espalda y desconocen la existencia de una comunidad como la nuestra que bordea ya los cien mil habitantes. ¡Es una injusticia! ¡Pero esto nos motiva señores para luchar por nuestra autonomía territorial y política! Somos un pueblo fuerte. Tenemos leyes y reglamentos propios. Nuestra CUAPEN (Comunidad Urbana Autogestionaria de Perú Nuevo) funciona como un municipio y acepta el crecimiento demográfico ¡Tampoco somos ciegos ni sordos! Hemos aceptado el pedido de la gente invasora del sector La Pampa, del asentamiento humano Los Norteños y de otras asociaciones de pobladores próximas a Las Lomas, que desean integrarse a nuestra comunidad.
– ¡Pedimos que Perú Nuevo se convierta en distrito! –dijo un asambleísta recogiendo la opinión del auditorio.
– ¡Precisamente, compañero! –Retomó ella su discurso–. Hemos puesto en el orden del día esa propuesta.
Inefable emoción embargaba nuestros pechos al creer que nos convertiríamos en los habitantes de un distrito que gozaría de reconocimiento y prestigio en todo Lima metropolitana.
Tras un barullo de voces, Flor de María agregó: “El Consejo propone diseñar el proyecto de creación de nuestro distrito y luego ir todos en manifestación al Congreso para alcanzárselo a algún congresista.” Los parroquianos aprobamos la moción con sonoros e interminables aplausos.
Del diseño del proyecto se encargó un grupo de técnicos entendidos en el tema. Y un mes después, cuando éstos lo entregaron a nuestros dirigentes, empezamos a preparar la manifestación al Parlamento. El comité cívico tramitó el permiso respectivo a la Prefectura para así evitarnos problemas con la policía; convocó a otras organizaciones barriales para que apoyaran nuestra marcha y por supuesto invitó a un congresista para que nos acompañara durante el desplazamiento.
Y, una soleada tarde de Abril, miles de pobladores comenzamos a desplazarnos por la Vía de los Desamparados portando afiches y banderas alusivas a nuestro sentir: “¡Queremos nuestro distrito!”. En el trayecto, a la sombra de un quiosco, unos jóvenes celebraban sus bromas con vivas expresiones corporales. “¡Vengan a la marcha de campaña!”, les insinué. Y ellos, ni cortos ni perezosos, dejaron el ocio y se sumaron al desfile. Varias señoras con sus hijos, que venían por una senda empujando sus carritos repletos de hierbas, al oír la rechifla popular dejaron sus bultos encargados a una vecina y todos en grupo se sumaron a la comparsa.
– ¡Viva la autonomía de Perú Nuevo!
La sonoridad del coro de los caminantes superaba a las opacas voces que salían de los parlantes de un circo multicolor: “¡Hoy tres funciones: las águilas humanas, los payasos enanos y los perros amaestrados! ¡No te la pierdas!” El vigilante del circo estaba correteando a unos mozalbetes que intentaban colarse dentro la carpa sin el billete correspondiente. alguien le propuso: “¡Vente guachimán! ¡Aquí tienes trabajo fijo!” Y, como incitado por un superior, el policía particular, seguido del tropel de mocosos que estuvieron hurgando por la boletería circense, se sumó a nuestra legión andante.
Pasos adelante, bajo una ramada de carrizos, tres vecinos, protegidos por máscaras y guantes, soldaban las capotas de vehículos en reparación. “¡Eh, compañeros!”, les pedimos: “¡Presten su apoyo a nuestra infantería!” Los mecánicos persuadidos por nuestras voces dejaron sus tareas para más tarde y se plegaron al desfile vecinal. “¡El pan!…”, respingaba alguien que traía en la espalda encorvada un canasto lleno de panes. “¡Muchacho!”, le dijo un vecino. “Sigue a esta gente con hambre" Y el panadero accedió pensando quizás que llegando a Lima no tendría un solo pan en su canasta.
– ¡Viva el movimiento de pobladores!
A la altura de la avenida Universitaria una turba de jóvenes con cara de agitadores se plegó al tumulto. Desde atrás, los que avanzábamos en orden establecido, veíamos ondular sobre sus cabezas una sarta de banderas con estrellas de cinco puntas e insignias rojas con hoces y martillos. “¡Abajo el capitalismo! –decían– ¡Unidad para la revolución!” Al doblar por una esquina de la avenida Colonial un grupo de trabajadores fabriles se unió a nosotros gritando: “¡Viva la huelga de nuestro sindicato obrero!”
Al llegar a Plaza Unión, la rebelde masa humana que se había alargado a causa de los infiltrados que amenazaban provocar desmanes, tuvo que salvar escaramuzas con unos tipos beligerantes que llegaron a insultar con tono agresivo a nuestros guías; luego seguimos adelante, lamentando la ausencia del diputado que habíamos invitado para que impusiera respeto en nuestro frente combativo.
Media hora después desembocamos por fin en la Plaza Simón Bolívar, donde para llamar la atención del público empezamos a gritar:
– ¡Un distrito para todos! ¡La voluntad popular debe ser oída!
Por suerte un parlamentario que salió a la calle atraído por el griterío se interesó en nuestra demanda. A continuación Flor de María y dos delegados del Comité Cívico acompañaron al diputado hasta las puertas del magno edificio que se veía resguardado por un cordón de policías. Tras breve charla con el jefe de los uniformados, los vimos ingresar al local del Congreso lo que nos motivó a brindarles un aplauso.
La presidenta de Perú Nuevo volvió a salir del local legislativo y se dirigió a nosotros: – ¡Señores, estamos intensificando conversaciones con el doctor Moscón de la bancada izquierdista que nos ha dicho que hay favorables posibilidades! ¡No perdamos la fe! Seguiremos moviendo cielo y tierra para conseguir nuestro objetivo. Por otro lado vamos a elaborar un nuevo padrón general que todos debemos firmar para adjuntarlo al Memorial que será enviado al presidente de la nación. ¡En este documento expondremos de forma clara y contundente las razones por las que queremos un distrito propio!
– ¡Alan García debe oírnos!…
De pronto un oficial de la gendarmería que custodiaba el local del Congreso se acercó a Flor de María para decirle: “¡Retire a su gente, señora! ¡Está prohibido hacer mitin en esta Plaza!” Ante las amenazas de las fuerzas del orden, la turba de ruidosos tuvimos que abandonar la Plaza.
Nos replegamos hacia la avenida Abancay, por donde estuvimos haciendo manifestación ante la pifia airada de los transportistas que amenazaban con pasarnos sus vehículos por encima. Y una hora después, cansados por el trajín, decidimos retiramos del lugar.
A los pocos días sucedió lo que todos aguardábamos con expectación. El Congreso de la República se manifestó a favor de la petición y la puso a debate en la Cámara de Diputados. En aquel panel de expositores, que dilucidan con furor los pros y contras de proyectos a veces innecesarios, atacándose incluso con palabras soeces, la moción defendida por el fogoso doctor Moscón vino a ser el blanco de la verbosidad machacadora de la plantilla derechista, la que acusaba al partido aprista y a los de la Izquierda Unida de emplear el maridaje político como instrumento para perjudicar al recién formado Frente Democrático. En la réplica el doctor Moscón dijo sentirse embargado de admiración y respeto hacia los habitantes de Perú Nuevo. “¡Que nos dan un verdadero ejemplo de cómo se forja una comunidad!” Enfatizó–: “¡Luchando con estoicismo ahí en medio de una pampa abrumante, venciendo los azotes del hambre, el frío y la represión de la policía que costó la vida de un poblador! ¡Ellos, trabajando codo a codo, como las hormigas, han conseguido construir sus viviendas, su Posta Médica, su Comedor popular y otros servicios vitales! ¡Todo lo han hecho con sus propias manos!”
El orador hizo una pausa para observar los rostros demudados de los demás congresistas. Luego prosiguió: “Yo les pregunto, honorables Padres de la Patria ¿vamos a seguir haciendo oídos sordos a la demanda justa de una parte del pueblo que desde veinte años viene contribuyendo con el desarrollo de nuestro país?”
Un murmullo incesante se apoderó del decorado salón. Con su argumentación el abogado había hecho reclinar a su favor el debate, logrando finalmente que esta Cámara aprobase la propuesta.
El expediente, elevado a la Cámara de Senadores, se empantanó sin embargo debido al ataque frontal de los correligionarios pepecistas. “¡Primero fue el préstamo Chicha –decían–, luego el Tren Eléctrico, y ahora vienen con un proyecto de distrito vecinal que realmente es desastroso para los intereses patrios! ¡Porque emana de un pueblo comunista, totalitario, sin libertades democráticas y que confabula con el actual gobierno aprista para ir en contra de las tradiciones culturales, de las costumbres religiosas y de la conciencia social de los ciudadanos limeños!..”
“¡Protesto, señoría!”, intervino el senador Chumbeque, viejo líder de un partido de izquierda. El presidente de la Cámara atendió su pedido y le cedió la palabra para que pudiera replicar. El senador se plantó delante de su curul y dijo que había sido la política neoliberal, burguesa, racista y egoísta, la que había otorgado el poder a los ricos terratenientes desde principios de este siglo para someter a los indios peruanos a una secuela de iniquidades haciéndolos huir de sus tierras.
–Los migrantes –añadió– saben del látigo del patrón de hacienda, del yugo abominable de los latifundistas criollos, del yanaconaje y de las atrocidades de la violencia política. Por eso huyeron del campo y se vinieron a las grandes ciudades. ¡Ellos!, que hoy viven hacinados en los tugurios o pueblan los mal llamados cinturones de miseria que rodea Lima, que soportan la dura represalia que les lanza la policía inducida por los gobernantes de la derecha política, ¡ellos! Pese a todo, con su trabajo denodado están propiciando el auge de nuestro país ¡Y esta realidad es ineludible! ¿Acaso somos ciegos para no darnos cuenta que estos migrantes son parte de la cultura peruana que han venido a la capital en busca de justicia, de progreso y bienestar, en busca de una patria mejor para todos? ¡Reconozcamos pues el derecho que tienen a vivir en el distrito que han creado con sacrificio! ¡Es lo menos que podemos hacer por quienes han sufrido ya bastante la marginación, el apaleamiento represivo y el fuego cruzado que germina en nuestra sociedad!
Tras la intervención del veterano político se armó un alboroto entre los parlamentarios, que felizmente esta vez no devino en pugilato. El principal de la Cámara hizo como Pilatos, prefirió ir a lavarse las manos y suspendió la sesión en el hemiciclo.
Una semana después, no obstante, tras una votación en la que se impuso de forma ajustada la moción del senador Chumbeque, se aprobó el dilucidado proyecto.
Perú Nuevo explotó de alegría cuando el poder legislativo emitió la ley –que luego sería refrendada por un decreto del Ministerio del Interior–, que nos permitía asumir con todas las garantías constitucionales la potestad del suelo que pisábamos a diario.
En nuestro pueblo se armó un carnaval parecido al de Río de Janeiro, con desfile de payasos, bailarinas, carros alegóricos, con abundancia de comilona e inacabables concursos de baile y trago. El Comité Cívico fue condecorado con diplomas y otros distintivos y sus miembros fueron declarados héroes populares y en recompensa ascendidos dentro del directorio de la CUAPEN. Flor de María fue propuesta como candidata a la alcaldía. Y asimismo los parlamentarios que posibilitaron el triunfo del sonado proyecto fueron traídos en hombros a nuestra acrópolis y nombrados “Padrinos del Pueblo”.
La celebración resonó en todo Lima provocando la animadversión de mucha gente que se habían negado a la formación de otro distrito en la zona. Uno de ellos, concejal de un partido de derecha, en Los Olivos, con clara tendencia racista, declaró en los diarios: “Los indios han convencido al Parlamento y ya tienen su distrito propio. Poco falta para que invadan el palacio de gobierno y sean presidentes del país”
Nosotros publicamos un comunicado en la prensa protestando por la actitud de aquel político, carente de espíritu social que disparaba su artillería xenófoba contra un vasto sector de la población. Daba a entender que nos repudiaba por el hecho de haber venido del interior del país a crear nuestro propio distrito en la capital. Su vileza ideológica le impedía ubicarse en el contexto actual y harto de incapacidad arremetía contra nosotros tildándonos de “indios”. Demostraba además un profundo desconocimiento del devenir de la historia, porque nosotros, tras largos procesos de transmigración y otros de tipo socio político culturales, en todo caso habríamos dejado de ser indios para convertirnos en cholos, peruanos con mucho orgullo, no ociosos sino trabajadores con mucha honra y nunca nos cansábamos de trabajar para salir adelante, para transformar la vieja sociedad por una nueva, más justa y democrática. Queríamos un Perú Nuevo, y lo estábamos construyendo desde la propia base comunal, y ahora desde nuestro flamante distrito seguiríamos luchando por ese ideal, de manera hermanada y solidaria, contra las injusticias de los grupos de poder económico, contra las insípidas taras del pasado, el estatismo, la mediocridad, el egoísmo que siempre nos ha dividido. Pretendíamos equilibrar nuestros valores humanos traídos de la provincia con el sistema de valores, sea de índole moral, social o económica, vigentes en la sociedad en la que nos habíamos insertado. Y nuestra integración en ella se había consolidado con la creación de un enclave jurisdiccional soberano pero abierto al mundo, con un distrito para todos.