VIOLENCIA EN EL PERU: LA GRAN CONFUSIÓN HISTÓRICA
VIOLENCIA EN EL PERU: LA GRAN CONFUSIÓN HISTÓRICA
La violencia generada en Perú entre los años de 1980 y 1990 del siglo XX, con una guerra a muerte entre peruanos que parecían haberse vuelto locos y se mataban entre sí, dominados por un impulso feroz, como si solo de este modo pudieran liberarse de la opresión, del miedo y la rabia, que los atenazaba, como si únicamente con el empleo de bombas y armas destructivas se sintieran capaces de realizar sus proyectos o cumplir sus objetivos, fue un estadio que sumió al Perú en una profunda crisis social, económica y política.
Varias son las causas que motivaron la rebelión y el desate de la guerra, entre ellas la pobreza y desigualdad social, la desolación del campo, la exclusión o marginalidad en que vivía la gente sobre todo en las provincias del interior, a donde no llegaba el desarrollo económico centralizado en Lima. Muchos habitantes de comunidades campesinas vivían en un estado de miseria y atraso crónicos, situación que los obligaba a emigrar o a realizar labores de subsistencia, como rascar la tierra o intercambiar menudencias para comer y así con esfuerzo sobrevivir con sus familias.
De la interpretación de esta lacerante realidad social –ya descrita por Mariátegui en sus “Siete Ensayos”– el profesor universitario Abimael Guzmán obtuvo las ideas necesarias para elaborar su pensamiento político. Influenciado por la filosofía de Marx, las conquistas de Lenin y las hazañas de Mao, se consideró el elegido por la historia para portar la Cuarta Espada del Comunismo Internacional y liderar un movimiento político que, enarbolando la simbólica bandera roja con la hoz y el martillo, fluyera del campo a la ciudad transitando por el Luminoso Sendero que él creía ver en la nebulosa realidad histórica –aunque con una visión diferente a la de Mariátegui–. Se autodenominó Presidente Gonzalo y con la consigna de la toma del poder político –para que él asumiera la presidencia del Perú–, sus militantes armados, en su mayoría jóvenes captados por este ideal político, iniciaron una de las etapas más sangrientas de nuestra historia.
Tras la fase de infiltración y creación de bases senderistas en los pueblos serranos de Ayacucho, acción paralela al reclutamiento y adoctrinamiento de militantes, Abimael ordenó tomar comunidades y eliminar a las autoridades elegidas por el Gobierno, y asimismo matar a los “chutos” o gente que no entendía la doctrina revolucionaria. Empezó a crecer el número de personas asesinadas por los senderistas. Los pobladores se defendían como podían. La guerra se intensificó en esta inhóspita zona andina. El Gobierno de Belaúnde ordenó a la Marina tomar el control político-militar en esta provincia. El general Clemente Noel, que desde un principio mandó construir hornos crematorios para meter allí a todos los que él y sus comandos considerasen terroristas, asumió tal responsabilidad
En Uchuraccay donde la población se hallaba ya en pie de lucha, los senderistas asesinaron a un dirigente por haber quitado la bandera roja que ellos habían colocado en lo alto de un cerro. En su reacción, los comuneros capturaron y asesinaron a 5 maoístas, y luego se prepararon para una represalia senderista con la orientación e instructiva de los militares que venían a visitarlos en helicóptero. La gente de Uchuraccay, sobre todo los que componían su fuerza de choque, estaba motivada para repeler cualquier ataque de Sendero Luminoso.
En Uchuraccay precisamente, el 26 de Enero de 1983, unos cuarenta comuneros, en su mayoría ebrios, dirigidos por dos autoridades azuzadas por los militares para matar a toda persona que llegara a pie al poblado, interceptaron a ocho periodistas que venían por el camino y del modo más cruel los asesinaron junto con su guía y otro comunero. Fue un hecho de sangre que impresionó al mundo entero, una masacre perpetrada con salvajismo a lo que se añade el hecho de que a algunos de los caídos les quitaran los ojos y la lengua, en una especie de rito mítico religioso. Los periodistas asesinados: Wily Retto, Eduardo de la Piniela, Pedro Sánchez, Félix Gavilán, Octavio Infante, Jorge Sedano, Luis Mendívil, Amador García, son considerados Mártires del Periodismo y su memoria perdura en el tiempo.
Por lo execrable de esta matanza, contra gente inocente que nada tenía que ver con la guerra, y su amplia repercusión, Uchuracay sería la primera gran confusión histórica. En los años siguientes habría otras viles masacres, ya no perpetradas por comuneros alocados sino por las mismas Fuerzas Armadas. El 14 de agosto de 1985 en Accomarca, el teniente Telmo Hurtado y sus soldados confundieron con terroristas a 69 campesinos, entre niños, ancianas y mujeres embarazadas, y los fusilaron sin compasión. El 14 de Mayo de 1988, en Cayara, 35 personas entre adultos y niños fueron asesinadas y sus cuerpos incinerados por miembros del Ejército. Por este hecho, hasta hoy no se ha hecho justicia.
La matanza de los Penales, -con implicación directa del Gobierno de Alan García- ocurrida entre los días 18 y 19 junio de 1986. Más de 300 presos de los penales de El Frontón, San Juan de Lurigancho y Santa Bárbara, a raíz de amotinamientos provocados, fueron fusilados y luego quemados por militares confusos que cumplían órdenes superiores. Los eliminaron a todos incluyendo presos comunes, suponiéndolos senderistas. Por este hecho y a pesar de las acusaciones de la Comisión que lo investigó, Alan García y su ministro del Interior Agustín Mantilla, saiieron librados de culpa. El Gobierno aprista avalaría también la conformación del Comando paramilitar Rodrigo Franco, que sesgaría numerosas vidas como la del abogado Manuel Febres o el dirigente sindical Saúl Cantoral.
Casos similares de genocidios y asesinatos causados por militares y policías son los de Socos, Santa Bárbara y otros pueblos. En el cuartel Los Cabitos, de Ayacucho se encontraron restos humanos, vestigios de esta terrible confusión. Y todavía se estima en 15,000 las personas desaparecidas –entre ellas el periodista Jaime Ayala–, gente que fue asesinada por el Ejército y enterrada en fosas, como las de Pucayacu (Ayacucho), y otras fosas perdidas en tierra peruana. A estas masacres sumarias se añaden las miles de ejecuciones individuales, como la del periodista Hugo Bustíos asesinado a balazos y su cuerpo dinamitado por despiadados miembros del Ejército de la base militar de Castropapampa, en Huanta.
Igualmente los senderistas confundían a los campesinos con colaboradores del Gobierno, los consideraban traidores del pueblo y los mataban sin piedad, como sucedió en Lucanamarca en 1983, asesinaron a 69 comuneros, entre ellos varios menores de edad. El mismo Abimael, que desde su cómodo búnker ordenaba matar a los que no acataban su pensamiento político, erró de estrategia para alcanzar el poder. Confundido en todo, hasta en la actitud que adoptó durante su captura. Consideró que era mejor dejarse atrapar por la policía y pudrir sus huesos en la cárcel a tener que morir luchando por su ideal, como lo hicieron muchos de sus seguidores. En buena parte sirvió para que este hombre, que vivía escondido aunque bien atendido y degustando buen vino y ensayando bailes griegos, fuera desmitificado y todos vieran que era un hombre lleno de torpezas y confusiones políticas. La Cuarta Espada cayó a tierra, Gonzalo pidió tregua al Gobierno para negociar un acuerdo de paz, admitiendo así su derrota.
Fujimori cometió también graves errores políticos. Confundió guerra legal con guerra sucia. Su estrategia para luchar contra la subversión simbolizada en los mercenarios de su Grupo Colina que mató a balazos al periodista Luis Morales Ortega que reportaba los hechos de violencia que sucedía en Ayacucho, y que asesinó del modo más horrible a 16 personas en Barrios Altos y a un profesor y 9 estudiantes universitarios de La Cantuta, al confundirlos con terroristas, contribuyó a la violación sistemática de los Derechos Humanos en el Perú. El “chino” fue acusado por estos y otros crímenes de lesa humanidad y está cumpliendo una condena de 25 años de cárcel.
Una larga suma de trágicas confusiones, acaecidas durante las décadas de 1980 y 1990, que causaría la muerte de cerca de 70,000 compatriotas –casi la mitad de estas víctimas fue responsabilidad de Sendero Luminoso y la otra parte de la Fuerzas Armadas –, y que la marcarían como la época más terrorífica y sangrienta en toda la historia del Perú.