UCHURACCAY EN LA MEMORIA
UCHURACCAY EN LA MEMORIA
Hacia 1982, los Andes del Perú ardían ya con una guerra a muerte entre Sendero Luminoso y las Comunidades que no aceptaban la ideología y penetración de los senderistas entre sus habitantes. Este rechazo de las Comunidades a Sendero, en la provincia de Ayacucho, se fortaleció con la llegada en helicópteros de comandos de la policía y el ejército, uniformados que muchas veces actuaban con prepotencia. En Uchuraccay amenazaron con matar a todos los vecinos “por terroristas” si no entregaban a los que eran verdaderamente terroristas. Ante el miedo generalizado, la Comuna acordó actuar en defensa propia y ser implacable con aquellos jóvenes vecinos captados por la ideología de Gonzalo. Con dolor algunos padres delataron a sus hijos ante los dirigentes que influyeron en el Concilio que los condenó a morir por “terrucos” ya que por culpa de ellos podrían morir todos. Los 5 senderistas delatados fueron capturados y liquidados.
Los elementos armados del Estado, que ya sabían de estas ejecuciones, volvieron en helicóptero para pactar una alianza con los campesinos en su lucha contra los maoístas. Firmaron un acuerdo con 130 comuneros y luego los instruyeron en la forma de cómo actuar contra la amenaza terrorista. Les dijeron que los enemigos venían por tierra, a diferencia de ellos, sus amigos, que venían por el aire. Por tanto la orden era matar a todo desconocido que caminara por el campo o que de forma sospechosa se acercara al poblado. ¡Cuántos campesinos habrán sido asesinados sólo por andar por el campo o acercarse al Pueblo por motivo de negocio o visita familiar! A los dirigentes de Uchuraccay se les instó para que siguieran al pie de la letra las consignas militares.
A este escenario donde ya campeaba una cruenta guerra, llegaron aquella tarde del 26 de Enero de 1983, ocho periodistas, la mayoría venidos de Lima. Iban a pasar por Uchuraccay con destino al pueblo de Huaychao, para comprobar la veracidad de la noticia propagada por el jefe militar de la zona, Clemente Noel, que había dicho que los comuneros de este pueblo habían ajusticiado a 7 terroristas. El mismo presidente Belaúnde había saludado con beneplácito la ejecución de aquellos elementos tildados de terroristas, avalando así el asesinato masivo de personas sin juicio previo de las autoridades judiciales.
Los 8 periodistas se vieron rodeados por una muchedumbre de rostros hieráticos que los observaba con ojos acusadores. Ellos intentaron explicarles que eran hombres de prensa y se dirigían a Huaychao a cubrir información pero aquella gente bravucona que apestaba a alcohol no les creyó. Ante esta dificultad y viendo el peligro que corrían, pidieron ser llevados a la localidad de Tambo, donde había una comandancia militar. Pero los dirigentes dijeron no y luego encararon a algunos comuneros que a pesar de estar ebrios dudaban de que los forasteros fuesen terroristas. Les recordaron las consignas de los militares sobre como actuar contra los terroristas. Y todos blandieron sus armas campestres a la espera de la orden de ataque.
Un dirigente comunero ordenó abrir las maletas para ver su contenido. El periodista Wily Retto, a pesar del peligro que corría su vida, hacía fotos con su cámara; lo hacía con discreción para que nadie lo advirtiera. Jorge Sedano repitiendo que era periodista, abrió su maleta y descorrió la franela roja que envolvía su cámara fotográfica. “¡Bandera roja! –Gritó alguien– ¡Son terroristas!” Jorge Sedano se arrodilló con las manos en alto y lo mismo hicieron Eduardo de la Piniela y los otros periodistas repitiendo en coro que no eran terroristas. Pero la turba no les hacía caso. Se oyó entonces la orden de acabar con ellos. Sedano fue el primero en caer, con un certero mazazo en la cabeza.
Ante el alevoso ataque a su colega los periodistas protestaron airadamente. Y sobrevino una pelea en la que los recién llegados, por ser menos, llevaban la peor parte. Los periodistas se defendían con todas sus fuerzas, pero los golpes con palos, piedras, machetes y otros objetos que recibían en el cuerpo eran mortales. Y fueron cayendo uno a uno. Wily Rettto no dejó de disparar su cámara hasta que fue atacado y linchado por la multitud enardecida. Este osado reportero gráfico cumplió con su labor hasta el último instante de su vida.
Tres periodistas, sin embargo, los más jóvenes y ágiles, entre ellos Luis Mendívil habían logrado zafarse de los enardecidos y corrían cerro abajo. Se inició una feroz cacería humana. Las piedras lanzadas con honda impactaban en los cuerpos de los que huían haciéndoles caer malheridos. Los perseguidores alcanzaron a sus perseguidos y los lapidaron del modo más cruel. Se consumó así la masacre de los 8 periodistas que regaron con su sangre inocente aquella fría e inhóspita montaña.
Los asesinos, aún sedientos de sangre, capturaron a Juan Argumedo, que había guiado a las víctimas hasta Uchuracay y, con premeditación y alevosía, para que no hablara ya que por éste se habían dado cuenta de su criminal error, lo ahorcaron y enterraron su cuerpo bajo unas piedras en el campo. Y aún más tarde esta jauría de desquiciados torturó al comunero Severino Morales, amigo de Juan Argumedo hasta matarlo a cuchillazos. En total diez personas fueron asesinadas este magro día en este pueblito andino.
La noticia de ocurrido en Uchuraccay pronto salió a luz causando fuerte impacto en todo el mundo. La Comisión Vargas Llosa, nombrada por el Gobierno para investigar los hechos hizo lo que pudo pero se quedó a medio camino de la verdad. El argumento de los “desencuentros culturales” no convenció a la opinión pública. Los comuneros no eran tan ignorantes como para no darse cuenta de que una cámara fotográfica no era un arma de fuego. Además muchos de ellos bajaban continuamente a la ciudad a comprar y vender productos y oían la radio y varios sabían leer y escribir ya que habían recibido instrucción primaria en la escuela del pueblo. Incluso alguno de ellos, como Olimpo Gavilán, que luego de la masacre fue entrevistado por el periodista Luis Morales, había estado en Lima y sabía de los adelantos tecnológicos.
El informe final de la Comisión Vargas Llosa hizo sentar en el banquillo a 3 comuneros que cargaron con toda la culpa de la matanza y fueron sentenciados a 15 años de cárcel, uno murió en la cárcel y los otros obtuvieron luego su libertad. Posteriormente la Comisión de la Verdad y Reconciliación no quiso ahondar más en la investigación de este caso, no solicitó los reportes policiales y militares de esa fecha ni llamó a declarar a testigos claves que hubieran dado nuevas pistas para esclarecer los hechos, como la de Rosa Argumedo, esposa del guía Juan Argumedo que día siguiente de la masacre fue a Uchuraccay a preguntar por su esposo y encaró a los asesinos, o el periodista Luis Morales que presenció la primera necropsia y dijo haber visto restos de betún en los cuerpos de los periodistas asesinados lo que hacía suponer que estos fueron pateados por zapatos o botas embetunadas. Se relacionaba esta versión con una de las últimas fotografías captadas por el heroico Wily Retto donde se ve a un tipo con botas similares a las militares. ¿Era la de un comunero que ese día lucía botas obsequiadas por algún amigo soldado del ejército? Nadie lo supo.
La Comisión de la verdad y Reconciliación se basó en el informe de la Comisión Vargas Llosa y solo añadió a lo prescrito la premisa de que tanto igual valía la vida de los periodistas asesinados como la de los 135 habitantes de Uchuraccay que murieron con posterioridad asesinados por Sendero Luminoso –que más que vengar la muerte de los periodistas se vengó de los comuneros que participaron en la masacre por una muerte que no les tocó aquella vez pero iba dirigida a sus militantes –y por las fuerzas del Estado que abatieron a muchos comuneros que huían del poblado al confundirlos con terroristas que corrían por el campo. Esta Comisión dictaminó que todos juntos, incluyendo a los ejecutados y sus probables asesinos, fueran reconocidos como víctimas de la barbarie terrorista propiciada por Sendero Luminoso.
Uchuracay se convirtió en pueblo maldito tras la masacre de los 8 periodistas. Estigmatizado por todos, este pueblo que reflejaba al Mundo la etapa de sangre, terror y muerte en la que vivíamos los peruanos. Aunque la masacre de Uchuraccay no fue obra de todo el Pueblo. La mayoría de vecinos no estaba de acuerdo con emplear la violencia para ordenar las cosas. La matanza la cometió una banda de 40 comuneros borrachos, algunos con pasado delictivo de robo y abigeato, dirigidos por Fortunato Gavilán y Silvio Chávez, un par de autoridades manipuladas por los militares, sin más ley que la de matar a toda persona que llegara a pie al Pueblo. Esta banda de salvajes de ningún modo representaba a un pueblo de cerca de 500 habitantes.
Ha pasado mucho tiempo, y Uchuraccay, que hacia mediados de los años 80 había quedado destruido y despoblado, ha vuelto a levantarse de las ruinas. El Pueblo nuevo se ha construido junto al antiguo, hay escuela, puesto policial, mercadillo y otros servicios comunales. Atrás quedó el horror padecido, aunque en el alma queda una dolorosa herida que aún no se ha cerrado. Tal vez empezará a cicatrizar cuando se desvele por completo la verdad de los hechos, cuando se sepa a plenitud lo que pasó realmente y se revele la identidad de los verdaderos asesinos de los periodistas Eduardo de la Piniela, Pedro Sánchez, Felix Gavilán, Wily Retto, Jorge Luis Mendívil, Jorge Sedano, Amador García, Octavio Infante, del guía Juan Argumedo y el comunero Severino Morales.
En Uchuraccay se ha erigido una cruz blanca y nichos simbólicos con los nombres de los valientes hombres de prensa que un día subieron a la Sierra en busca de la verdad de una noticia. Tomaron un camino accidentado que prematuramente los llevó a la muerte física aunque espiritualmente siguen vivos en el corazón del Pueblo. Es un reconocimiento y homenaje a estos mártires del periodismo peruano.
Jorge Varas