Dos mil años antes de la era cristina, en pleno corazón de los Andes, se abrió una época de
cambios tecnológicos, sociales y religiosos, etapa conocida como la Fase inicial del Formativo Andino y que tuvo su síntesis histórica en la cultura Chavín la cual hizo avanzar el proceso pre-
incaico mediante relaciones artísticas, socioculturales y económicas que se expandieron durante el Formativo Medio a través de las sociedades andinas, con el aprovechamiento sustancial de todas sus potencialidades: la cerámica, la escultura, la textilería, y sobre todo el maíz, que fue el revolucionante natural de más alto rendimiento social y humano, y para cuyo cultivo los pueblos chavines debieron desarrollar sistemas de riego artificial, canales de regadío y andenes.
Pero fueron los sismos, las inundaciones, los aludes, las sequías y otros cataclismos de la
naturaleza -que posteriormente los propios incas relacionarán con el cosmogónico mito de
Pachacuti- los que arrasaron con la sofisticada sociedad de “Los grandes señores del maíz”. Se
abrió entonces una nueva era de luchas por la posesión de las mejores tierras cultivables
dentro del universo panandino. Las tierras eran clasificadas según las condiciones climáticas y
la altitud en que se encontraban; en estos pisos ecológicos se fueron asentando los habitantes
yungas, puninas y quechuas.
Surgieron así organizaciones clasistas, donde los guerreros, sacerdotes y jefes eran
considerados como pertenecientes a una élite jerárquica y, por tanto, dignos de ser
representados en las cerámicas decorativas. Pruebas de este estadio pre-colombino son las
vasijas ornamentales con rostros y figuras sugestivas halladas en Moche (costa norte del Perú),
los huacos lobulares y cuneiformes de Recuay y, entre otras, las representaciones
antropomorfas de los vasos cuencos, las cerámicas pictóricas y las línea cosmogónicas de las
pampas de Nazca (costa centro del Perú)En esta etapa destacó el complejo cultural Wari, que
se extendió por los valles del Sur y afirmó un estado político-militar respetable que combinó la
toma y conquista de tribus con el culto religioso y el control activo del comercio interregional.
Los waris permitieron la dialectización de las lenguas aymara y quechua dentro de las
autonomías territoriales que ellos anexaron mediante el tendido de una red de caminos que
más tarde utilizarían los habitantes del Imperio incaico.
Pero Wari también desaparecería, aproximadamente hacia el siglo XI D. C., como
consecuencia del resurgimiento de pugnas regionalistas entre los pueblos que buscaban
establecer sus propias costumbres y tradiciones. Se crearon pues nuevas organizaciones y
estados regionalistas como la de Chincha, ubicada en el área donde antes se había
desarrollado la sociedad Nazca, y la cultura Chimú, comprendida entre Tumbes y Supe, con su
capital Chan Chan, la “ciudadela de barro” cuyos enormes palacios, red de acueductos
subterráneos, lagunas de recreación y barrios de artesanos se asemejaron mucho al modelo de
arquitectura urbanística legado por los Waris.
Un desarrollo menos espectacular tuvieron en sus comienzos los incas, vinculados
mitológicamente con el lago Titicaca, de donde se dice habría salido el primer inca cuzqueño
Manco Cápac, acompañado de su mujer Mama Ocllo, con la divina misión de fundar una gran
civilización. La organización incaica irá expandiendo sus territorios a través de una paulatina
conquista militar hasta abarcar toda el área cultural andina (el actual Perú) y lo que hoy es
Ecuador, Bolivia, Chile y el noroeste de la Argentina. Los incas basaban el éxito de sus
conquistas en la organización de sus fuerzas multipoblacionales las que alcanzaron su máxima
potencialidad con Pachacúec, noveno monarca de la dinastía quecha, quien logró la
incorporación efectiva de diversos grupos étnicos a su política imperialista incaica.
La expansión del imperio incaico exigió el desarrollo de medios especializados de
comunicación y control. Los incas, aprovechando todas las experiencias regionales, se
convirtieron en grandes agentes de aculturación y sincretismo; mantuvieron las estructuras
sociales, religiosas, económicas y políticas de los pueblos sometidos a su poderío, utilizaron los caminos ya abiertos por éstos y los enlazaron con las rutas imperiales, establecieron un
servicio permanente de correos, estadísticas periódicas, demográficas y económicas.
Emplearon los quipus, que eran un sistema de cuerdas anudadas en diversos puntos y con
fines contables, históricos y nemotécnicos.
Pero surgieron también divisiones en el seno de la élite cuzqueña -nobleza de corte que vivía
del privilegio de sus clanes reales, del trabajo servil Yanacuna y del esclavista Aclla de la gente
del pueblo-, lo cual dio comienzo al conflicto entre los jerarcas y quienes no esperaban ningún
tipo de ascenso y estaban insatisfechos con el status que se les asignaba. Las tensiones
sociales pronto se agudizaron; las tribus que consideraban a los incas como conquistadores e
invasores de tierras se sublevaron durante el gobierno de los últimos soberanos incas. Se
originó entonces una guerra civil que dividió el clan real entre el bando de Atahualpa y la
facción que proclamaba como líder a su hermano Huáscar.
Y, precisamente, cuando en el seno del Tahuantinsuyu estaban en pleno auge las revueltas y
los levantamientos armados, ocurrió la llegada de los españoles que destruirían definitivamente
el eje dialéctico del enorme y fabuloso imperio quechua y el de toda la cultura andina.