RUBEN DARÍO
RUBEN DARIO
Uno de los más celebrados poetas hispanoamericanos, Felix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, nació en Matapa, -localidad que actualmente se llama Ciudad Darío-, en el departamento de Metalga, en Nicaragua. Fue un niño prodigio de la poesía; a los 5 años escribió sus primeros versos; y a los 14 años se le consideraba ya el poeta nacional de su patria.
El destino del poeta, sin embargo, estuvo marcado por inesperados requiebros. Su padre Manuel García, un tendero aficionado a la bebida, no daba precisamente una buena vida a la familia. Por este motivo, su madre, una mujer enfermiza, decidió separarse del marido y vivir en la casa de una tía suya. La mala situación económica del hogar, lo obligó a abandonar sus estudios a temprana edad.
A fin de contribuir con su trabajo a subvenir las necesidades de la casa, el pequeño Rubén ejerció durante algún tiempo como ayudante de sastre. Luego, gracias a una valiosa recomendación, entró como empleado en la Biblioteca Nacional. Aunque en este empleo, tampoco logró alcanzar la estabilidad que sus familiares deseaban para él.Su temperamento sensual y apasionado, despertado en la adolescencia, lo indujo a rebelarse contra todo lo que significaba rutina y servilismo.
Quería tener libertad de espíritu, independencia de ideas y sobre todo tiempo para dedicarse a la literatura. Por este conflicto interior, propio de su edad, llevaba una vida desordenada con claras muestras de afición a la bebida. El poeta bohemio, logró, sin embargo, a los dieciséis años, ganar en la República de El Salvador, con su Oda a Bolívar, un premio literario que otorgó prestigio a su fulgurante carrera literaria. El dinero que recibió junto con el galardón, lo gastó de una manera original: se fue al mejor hotel de la capital y ordenó que preparen un banquete para él y sus invitados, quienes, -según dijo- eran gente famosa que todo el mundo conocía. Tan pronto se sirvió el banquete, el joven poeta empezó a consumir y a brindar alegremente con los invitados invisibles. Cuando un mozo curioso le preguntó con quién estaba charlando y bebiendo, Rubén Darío le contestó con orgullo que estaba compartiendo su mesa nada menos que con los poetas Homero, Pindaro y Virgilio. Fue el primer gesto de una vida rica en anécdotas extraordinarias.
El genial poeta, siempre fiel a su vital raíz dionisíaca, escribió: “Si un bebedizo diabólico o un cuerpo bello y pecador me anticipa ´de contado` un poco de paraíso, ¿voy a dejar pasar esa seguridad por algo que no tengo una segura idea?.Llevado por su sino andariego, Rubén marchó a Chile, donde escribió un poema titulado “La canción del oro”. Poco después publicó su libro “Rimas”, del que Juan Valera hizo el elogio y que constituye su primer contacto con los escritores españoles. Tras su estancia en Chile el poeta nicaragüense llegó a Guatemala, donde, merced a sus estrechos vínculos con poetas dedicados también al periodismo, fue nombrado director del diario “La Unión”. En Guatemala escribió su primer libro famoso: “Azul”. Darío afirmaba en el prefacio de su libro, que su estética era acrática, que él cumplía con la primera ley del creador es decir crear, porque “el arte no es un conjunto de reglas, sino una armonía de caprichos”.
Cuando todavía no había llegado a la cúspide de la fama, Rubén Darío llega a España en 1892. Los poetas y escritores hispanos se mostraban sorprendidos ante la musicalidad, el ritmo, la métrica libre y riqueza expresiva de sus poemas. Marcelino Menéndez y Pelayo le prestó su valioso apoyo y le dio útiles consejos de índole literaria. Su poesía, sonora y de una perfección técnica extraordinaria, no tardó en imponerse en España. El poeta se definía como “muy antiguo y muy moderno”. El término tuvo fortuna y llegó a denominar todo el movimiento estético hispanoamericano que se inicia y alcanza su plenitud entre 1880 y 1916. El Modernismo, según afirmó, más que un estilo es una voluntad de estilo, un capricho o una voluntad de formas, y se debe fundar la poesía en esa voluntad.
El poeta, consciente de su poder creador, sabía que ya América no debía ser objeto sino sujeto dentro de la misma Historia.A pesar de su fama y prestigio como poeta, Rubén seguía comerciando indistintamente con Eros, Baco y las Musas. Su personalidad humana era desbordante. El poeta parecía tener prisa por gozarlo todo en este mundo, como si intuyera lo corto de su existencia. Afrontó un época de bohemia y de penuria económica, a pesar de que durante algunas temporadas ejerció como representante diplomático tanto en Francia como en España.
Pronto, gracias al apoyo de un amigo suyo, consiguió ingresar en el diario “La Nación”, uno de los más importantes rotativos de Hispanoamérica, cuyo director lo llamó de inmediato a Buenos Aires. De paso hacia América, Rubén Darío detuvo su viaje unos días en París para visitar a Verlaine -el pobre Lélian- a quien el poeta admiraba profundamente. La influencia de Verlaine y de los parnasianos franceses será importante en su poesía.
Cuando Rubén llegó a Buenos Aires llevaba encima una extraña enfermedad, tal vez producida por el alcohol, y tuvo que ser hospitalizado pronto en el sanatorio de Martín-Gracia. Desde su lecho de enfermo, el poeta escribe la famosa “Marcha Triunfal”. Poco después, repuesto de su dolencia, Darío volvió a España. Llegó a Barcelona en Diciembre de 1898. La Nación lo enviaba para tomarle el pulso a la Madre Patria que había sufrido la pérdida de las colonias del caribe y Filipinas, últimos restos del fabuloso imperio español. De Barcelona, donde entabla amistad con Santiago Rusiñol y otras personalidades catalanas, se traslada a Madrid.
En la capital le espera ahora la consagración definitiva. El mundo literario se rinde ante su genio poético, y España entera lo considerará en el futuro como el verdadero poeta de la Raza. Esta consideración, será a raíz de escribir ”La Salutación del Optimista”, algunos de cuyos versos son: “Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania [fecunda, espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve! Porque llega el momento en que habrán de can- [tar nuevos himnos lenguas de gloria. Un basto rumor llena los ám-[bitos; mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto…” Este poema es el primero del libro “Cantos de Vida y Esperanza” y fue leído en el Ateneo de Madrid, en el transcurso de una velada organizada por la “Unión Iberoamericana” en honor del mismo Darío. De Madrid, el poeta se traslada a Roma y a París; y luego regresa a su patria donde es recibido con triunfo. En seguida vuelva a España y se instala durante algún tiempo en Barcelona.
El poeta inspirado siempre por sus Musas, amó con intensidad a varias mujeres. Estuvo casado en primeras nupcias con Rafaela Contreras; delicada fémina que al parecer también escribía versos. Fue el gran amor de Rubén, es la “Stella” de un poema suyo: “Lirio real y lírico, / que naces con la albura de las hostias sublimes, / de las cándidas perlas / y del lino sin mácula de las sobrepellices: / ¿Has visto el vuelo del alma de mi Stella, / la hermana de Ligeia, por quien mi canto a veces [ es tan triste?”. Stella murió en 1892 y él la recordó siempre con emoción. Después se casó con Rosario Murillo, con quien no fue en absoluto feliz. Por eso, hizo repetidas tentativas para divorciarse legalmente de esta mujer poco amable y tolerante.
Cuando estaba separado de su mujer, conoció a Francisca Sánchez, cariñosa musa que representó mucho en su vida. Con ella tuvo un hijo, llamado Darío, como el poeta. A ella le dedica algunos hermosos versos: “Francisca tú has venido/ en la hora segura; / la mañana es oscura / y está aliente el nido./ Tú tienes el sentido / de la palabra pura / y tu alma te asegura / el amante marido…” Francisca era, según se dice, analfabeta cuando Darío la conoció. Y fue el gran don Ramón del Valle Inclán quien le enseñó a leer. Nada tiene de extraño que así fuese, puesto que a Rubén Darío y a Valle Inclán les unió siempre un sincero afecto y una mutua admiración. De él escribió: “Este gran don Ramón de las barbas de chivo,/ cuya sonrisa es la flor de su figura,/ parece un viejo dios, altanero y esquivo, / que se animase en la frialdad de su escultura…”
A Rubén Darío se le vincula con la generación del 98, junto al mismo Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, y otros poetas famosos. Sin embargo, su poesía, se caracteriza por la musicalidad genuina y el aroma apasionadamente sensual que envuelve sus versos, la asombrosa perfección técnica, su originalidad formal y ese iluso intento de detener el tiempo en la fugacidad del vivir humano: “Juventud, divino tesoro, / te vas para no volver; / cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer.”
La poesía de Darío, por su belleza rítmica y expresiva, constituye el verdadero arranque de la Poesía Moderna en lengua castellana. Rubén Darío murió en Nicaragua, en el año 1916, dejándonos una obra fecunda e innovadora.
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